La vengadora

Sexo 09/02/2017 05:00 Lulú Petite Actualizada 05:05
 

Querido diario: Fabián tiene 44 años y está divorciándose. El dinero no es un problema para él, pero tampoco es que le sobre. Trabaja duro y tiene un buen sueldo, pero hasta allí. La estabilidad en sus finanzas depende de su trabajo y su trabajo depende de la estabilidad en las finanzas del país.

—Cuando a México le va bien, a mí también. La gente gasta más, el dinero se mueve y todo funciona —me dijo apretando su cuerpo contra el mío. Como que, en estos tiempos de turbulencia internacional, cuando el mequetrefe ese con pelos de elote que vive en Washington puede hacer tambalear el tipo de cambio, el tema de la estabilidad se ha vuelto recurrente.

Sus manos se deslizaron por la curva de mi cintura. Su aliento fresco acarició mi rostro.

—Supongo que nos pasa a todos. Dirán que el dinero no es la felicidad, pero a mí me saca unas sonrisotas que ni vieras —susurré mirándolo a los ojos y plantándole un beso atrevidísimo, decidida a cambiar con un chiste el tema del dinero, por algo más agradable. 

Convencido e inspirado, cerró los ojos y se dejó besar como un adolescente en celo. Luego dijo:

—¿Sabes? Nunca lo he hecho con una… —¿Con una profesional?—contesté riendo. 

—No, con una escritora —me corrigió sonrojándose.

Fabián había dado conmigo por recomendación de otro cliente, aunque a estas alturas no sé cuál. Hasta le habían comentado del libro que publiqué hace unos años. Desde luego no me considero una escritora. Escribir, para mí, es una válvula de escape, me encanta y lo hago apasionadamente, con todo el amor que puedo ponerle a una actividad, pero no creo reunir las cualidades para considerarme dentro de tan prestigiado gremio. Supongo que por eso me sonrojo cuando me lo dicen. Antes de que se notara que me había chiveado, Fabián me besó de nuevo. Uno de esos besos invasivos, abrazándome por la cintura y la espalda, me acercó su cuerpo y se comió mis labios.

Su cuerpo desnudo emitía un calor muy reconfortante en esta época de frío tétrico. Nos apretamos mutuamente, restregando nuestras entrepiernas como si quisiéramos encender una hoguera con nuestros sexos deseosos.

 

Fabián me lamió el cuello y su lengua fue trazando una recta entre mis pechos, bajando por mi ombligo y asentándose en mi vientre bajo. De ahí todo fue una locura húmeda y picante. Me mordisqueó la parte interna de los muslos y empezó a hacerme un oral riquísimo. 

Apoyé los talones en sus hombros y estiré el cuello, clavando las uñas en la cobija. Gemía y me relamía los labios a medida que él me fabricaba un orgasmo trepidante.

Abrí las piernas y hundí los dedos en su cabellera poblada para empujar su rostro. Me dejó empapada y sudorosa, con el estupor previo al clímax instalado en las mejillas. Debo darle crédito. Supo cuándo parar y dejarme caliente para el segundo capítulo. Me dio mordisquitos en la cadera y las tetas a medida que subía para encontrarme nuevamente.

Medio mareada y divinamente confundida, me coloqué en cuatro patas y volteé a mirarlo por encima del hombro justo cuando me tomó suavemente por el cuello y me metió su pene hirviente. Sentí un destellazo de placer al ser penetrada. Las primeras veces me lo propinó lenta y delicadamente, pero en cuanto la tensión entre ambos se calentaba, me lo empezó a sacar y meter más rápido, aferrándome por la cadera, acariciando mis nalgas.

Recosté el torso y el rostro en la cama y elevé mi culo para que su miembro entrara lo más hondo posible. Hundí la cara en la almohada y apreté el cuello, percibiendo con lujo de detalle la forma fálica de su miembro erecto, temblando dentro de mí. Se agarró con ganas y me empujó el tolete entero hasta la base. Sentía sus bolas golpeando mis labios vaginales, sentía su respiración en mi nuca, sus gemidos y piropos picantes. De pronto, me agarró las tetas e hizo que me reacomodara en mi posición. Arqueé la espalda y me mordí los labios, suplicándole que por favor no se detuviera, que ya casi, ya casi.

Él apuró el paso e impuso un ritmo frenético a la cogida. La sábana era un amasijo de tela revuelta. La cálida humedad de mi entrepierna goteaba por mi abdomen, salpicando su ingle y su barriga. —No pares —le gritaba —No pares. Y él seguía… —Ya casi… ya casi… Ya cahhhh…. Sí…

Apreté el cuello, estrujé la sábana, cerré los ojos y me fundí en el mismo sentimiento de Fabián, quien empujaba hasta la cúspide de su orgasmo, exprimiéndose dentro de mí, gruñendo con su cuerpo en plena tensión.

—¿Cómo que no te sientes escritora? —Me preguntó mientras se subía la cremallera. —Esas cosas no son de sentir. Somos lo que somos, yo te leo, tú escribes, por lo tanto: eres escritora.  —En ese caso soy vengadora —Le dije.

—¿Cómo? — Preguntó.

—Tú me coges, yo me vengo, por lo tanto: vengadora. Así funciona, ¿no? —respondí con seriedad. Él soltó una carcajada.

Hasta el martes,  Lulú Petite

 

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