Querido diario: Álvaro necesitaba un respiro. Entre su tesis, su trabajo y que su novia lo había mandado al carajo después de ponerle el cuerno, estaba más desanimado que estresado.
—¿Ya? —pregunté, quitándole la camisa.
Álvaro ha estado estudiando desde que tiene memoria. Preescolar, primaria, secundaria, preparatoria, dos licenciaturas. Es un tipo brillante y muy machetero, le apasionan los libros, las aulas, el conocimiento. Además le va bien en la vida, su lana no la hizo él, es de sus papás, lo que le ha permitido dedicarse a perseguir el conocimiento, sin presiones por perseguir la chuleta.
Después de la universidad vino el posgrado. Maestría y doctorado, claro. Ya está a punto de terminar y ha sido el mismo ritmo trajinante de estudio que ha vivido siempre. Es el último jalón y habrá terminado la tesis de su posgrado y no le debía nada a nadie. La espera había valido la pena. Por eso se decidió a festejar y me llamó. Qué mejor manera de celebrar que cogiendo ¿No? Acaricié las pecas sobre sus hombros. Pasé la yema de mis dedos por la cicatriz en diagonal en su omóplato izquierdo. Hace unos 10 años, antes de que empezara a coquetear con la calvicie, había jugado futbol. De ahí la lesión. A Álvaro lo conozco desde hace dos años, pero lo conozco bien. Es el tipo de clientes que te cuentan un montón de cosas. Prefieren una relación profesional cordial que pasa por el reconocimiento y la amistad. Álvaro compró mi libro y un día antes de coger me hizo unos comentarios muy buenos. Álvaro tiene una actitud pasiva. Es un hombre tranquilo, como una oveja, agobiado porque siente que se hizo viejo siendo muy joven. De veras, es un corderito, aunque sé que debajo de esa imagen suya hay un lobo feroz. Ese nerd tranquilo y prudente, cuando coge se vuelve una fiera en celo.
Apreté mis tetas contra la espalda de Álvaro. Él estiró el cuello y se apoyó en mí. Sobé su abdomen, su pecho, sus hombros. Coloqué mis labios en su cuello y empecé a plasmar besitos. Olía a loción para afeitar, a limpio. Mi cabello cayó sobre él. Con sus manos tocó mis piernas e imprimió presión con sus dedos. Sentí el excitante agarre viril, las ansias en sus músculos, en su forma de aferrarse a mí.
—Ven —le susurré al oído.
Se dio medio vuelta y se desabrochó el cinturón. Vino gateando hacia mí, con el pito listo y con una mirada altiva en los ojos, una mirada lobuna que solamente podía indicar que iba a morderme o a cogerme. Afortunadamente fue la segunda opción. Me tomó por las piernas y me atrajo hacia sí. De inmediato el peso de su cuerpo sobre el mío planteó la situación tal como era. Rápidamente me tomó por las muñecas y alzó mis manos por encima de mi cabeza. Me besó en los labios. Su lengua trazó pinceladas sobre la mía, invitándola a divertirse, seduciéndola. Era como si reviviera en él y en mí una pasión felina escondida. Sentí algo muy rico recorrerme la piel. Lo tomé por el cuello y me aferré a él para que no parara. Me lamió el cuello, las tetas, los pezones. Estaba divino.
—Ponte el condón y cógeme —le supliqué mordiéndome los labios.
Álvaro se abalanzó sobre el buró, donde yo ya había puesto dos preservativos, y, de un zarpazo, abrió el empaque y se alistó para la segunda etapa de la cacería.
Abrí las piernas. Él tomó una por el talón y la levantó para apoyarla en su hombro. Me coloqué de lado, apoyando mis manos sobre el colchón, y recibí dentro de mí su miembro inoxidable. Estaba hasta el tope de la dureza. Se sentía caliente, húmedo, palpitante. Entraba y salía una y otra vez, descargando con cada arremetida un aluvión de sensaciones. Me pellizqué las tetas para canalizar los sentidos. Gemí y gruñí, al igual que él. Ya no teníamos lenguaje, solamente estos sonidos animales y de placer que salían de nuestras gargantas.
Sentía las manos de Álvaro en mi cintura como garras, sentía su respiración en mi espalda como si viniera tras de mí, persiguiéndome. Su ingle empujaba contra mis nalgas, haciéndolas temblar, estremeciendo mi cuerpo completo. Apreté los dientes, estrujé la almohada y empujé hacia atrás también. Mi entrepierna chorreaba de gusto. Álvaro de pronto se afincó más y me colocó en cuatro. Alzó una pierna y la acomodó sobre la cama. Su miembro hirviente entró hasta la raíz en mis entrañas. Lo sentí clavarse en lo más hondo de mí. Me tomó por las tetas y empezó a darme más duro, más rápido, goteando sudor y exhalando como un lobo. Sentí que su pene crecía más, que se hinchaba más. De pronto se hincó hasta la médula y se quedó ahí, tenso y bombeando, comprimiendo cada molécula de su cuerpo. Luego se desplomó y se quedó muy quieto. Manso como un corderito otra vez.
Un beso, Lulú Petite