Querido diario: Nunca conoces a la gente suficientemente bien, la mayoría tenemos nuestros secretos, cosas que no andamos contando a la primera; aunque la cama ayuda a que las personas se sinceren y digan más de lo que harían en otras circunstancias. A veces, por eso, los clientes cuentan algunas intimidades.
Juan tiene un humor muy cambiante. Un día anda cariñoso y risueño, otro anda serio y parco. Hasta ayer, no me había compartido mucho de su vida privada, pero es un buen conversador. Cuando viene contento, platica de arte, cultura, deportes, cine, música. De lo que sea. Cuando viene tristón, habla poco, se recuesta conmigo de chucharita y me hace el amor, como para sacar el estrés sin complicaciones. Tenemos cosas en común y otras no tanto. Por ejemplo, le gustan los tatuajes. El que más me impresiona es el de su hijo. Lo lleva en un hombro. Está bonito, muy bien hecho y a él le luce bien.
Ayer venía tristón. Apenas conversó. Me contó que había tenido una semana difícil. Luego me besó, me pidió que nos desnudáramos y recostáramos de cucharita, de inmediato sentí en mis nalgas el punzón de su pene creciendo. De pronto su mano escurridiza se deslizó entre mis piernas y comenzó a juguetear peligrosa y divinamente conmigo. Abrí una pierna y la apoyé en la suya. Dirigí su mano al punto indicado y dejé que me estimulara a su antojo. Empezaba a prenderme cuando intempestivamente me dio la vuelta y se colocó encima.
Nos besamos acaloradamente. Se puso el condón con pericia. Me aferré a su espalda cuando entró en mí. Su miembro generaba un calor que me derretía las ansias y las derramaba por todo mi interior, saciándome e incitándome al mismo tiempo. Empapada y dispuesta, lo rodeé con las piernas y nos dispusimos a cabalgarnos con hambre y verdaderas ganas. Me hundía su palo duro e hinchado con decisión y sin detenerse. Me lamía los senos y me pellizcaba delicadamente los pezones, me mordisqueaba los hombros y hundía sus dedos en mis carnes. La cama rechinaba bajo nosotros, el edredón se enredaba en nuestras piernas, el eco de nuestros gemidos y gruñidos rebotaba en las paredes de la habitación. Nos agarramos el uno del otro, sin parar de movernos, sin detener el vaivén libidinoso y candente que nos mantenía unidos, como fundidos en un mismo acto irracional.
—No pares —le supliqué entrando en trance, dejándome envolver por el momento.
Juan estaba con una expresión entre aguerrida y gozosa, sin dejar de empujarme su pieza completita. Entonces comenzó a apretar sus músculos y sincronizamos el momento para compartirlo como se debe. Cerré los ojos y estrujé la sábana mordiéndome los labios cuando no pude más. Sentí su pene palpitar dentro de mí, bombear su leche y vaciarse de pronto. Los segundos se esfumaron como si los hubiéramos calcinado con nuestro éxtasis, pero todo valió la pena.
Agotados, volvimos a la posición de cucharita. La respiración de Juan fue calmándose, igual que la mía. Nos quedamos así un rato, en silencio, sin más ruido que el tráfico en la calle y nuestros alientos, hasta que de pronto sonó su teléfono. En cuanto vio la pantalla se puso serio y se fue al baño a tomar la llamada.
—Prende la tele —pidió.
Supongo que no quería que lo escuchara. Escuché balbuceos y algo que parecía, primero, una conversación cariñosa y luego, una discusión. Salió a los dos minutos, con la cara empapada.
—¿Todo bien? —pregunté.
Me sonrió, pero sus ojos decían otra cosa. Se metió de nuevo en la cama y se acurrucó a mi lado. Le gusta abrazarme de cucharita, así que nos acomodamos otra vez y permanecimos así un rato. Sentía su respiración en mi cuello, su brazo fornido rodeándome por la cintura. Pensé que se había quedado dormido, pero de pronto dijo algo.
—Mi hijo le dice papá al novio de mi ex —soltó sin modular, con un tono difícil de definir.
—¿Tu hijo el del tatuaje? —Pregunté para hacer conversación.
—No, su hermano, mi hijo el del tatuaje murió hace tres años — me dijo —Cuando eso pasó me puse muy mal y, después de muchos pleitos, me divorcié de su mamá. Ella ya tiene novio y mi otro hijo le dice papá.
Me quedé helada. En principio no supe qué decir, aunque entendí la razón de sus cambios de humor. Dicen que perder a un hijo es el dolor más grande. La vida es tan frágil, que hay que cuidar mucho lo que tenemos.
—Cuídalo —Le dije —Si te tiene a ti y te ve con él y contento, lo peor que puede pasar es que sea un niño con dos papás. Más amor nunca hace daño.
Hasta el jueves, Lulú Petite