Querido diario: Francisco es médico. Es un hombre guapo, inteligente, varonil y que huele riquísimo. Hasta donde sé es un profesionista muy prestigiado en su especialidad y, a pesar de ser joven, es muy respetado entre sus colegas.
Supongo que esa inteligencia hizo que me pareciera más adorable la cara de zonzo que puso cuando me le acerqué seductora. Tenía la boca abierta y los ojos enormes y redondos como platos. Se puso nervioso.
—Hola, doctor —le dije con coquetería.
Sé que no se pone nervioso por la desnudez femenina, los cuerpos desnudos son el pan de cada día para los médicos, los nervios no eran por la piel, sino por saber lo que venía.
Se ve guapo de bata. No sé por qué tendría la fantasía de cogerme como si estuviéramos en una consulta, pero me pareció sexy y accedí gustosa. Ambos, eso sí, nos tomamos la fantasía con toda seriedad. Nos sentamos a la mesa como si se tratara de una consulta y me preguntó en qué podía ayudarme.
—He tenido calenturas doctor y siento que se me inflama el cuerpo, ardores en el pecho, cosquillitas entre mis piernas. ¿Qué tengo doctor? ¿Es grave?
—No parece grave señorita, de cualquier forma, es importante que la ausculte. Siéntese en la cama y quítese la blusa —ordenó con seriedad.
Me desabotoné la blusa despacio, la puse sobre la mesa y me senté en la cama, derechita para acentuar la forma de mis senos. Él se lamió los labios, jaló una silla y se sentó junto a mí.
—Permítame revisarla —dijo poniendo una mano en mi espalda y el oído en mi pecho
—Tosa por favor —agregó.
—Cof, cof, cof —fingí. Mientras tosía (o hacía como que tosía), él bajaba y subía lentamente la palma de su mano por mi espalda, desde la nuca, hasta el nacimiento de mis nalgas. Sabía que era un juego, pero su seriedad y autoridad me estaban poniendo cachonda.
—Al parecer, señorita, lo suyo no es grave. Basta con reposo y masajes en espalda y pecho —me explicó.
Los masajes son muy sencillos, respire profundamente mientras le toco la espalda.
—Claro que sí doctor —respondí y tomé aire tan hondamente que pareció un gemido. Francisco se subió a la cama, se puso de rodillas detrás de mí y comenzó a masajear suavemente mis hombros, lo hacía con delicadeza, pero con un tacto casi profesional. Habría pensado que realmente se trataba de una terapia física, hasta que lo sentí acercarse y darme un beso muy cachondo en la parte donde termina el cuello y comienza el hombro.
Mientras me besaba el hombro, el tirante resbaló y el brasier cayó. Sus besos, sin embargo, me volvieron a la realidad y eché la cabeza hacia atrás exponiendo mi cuello completo al beso del vampiro. Él entendió la oferta y lo besó poniendo su mano en mi cara, metiendo a mi boca uno de sus dedos. Entonces me besó los labios.
Fue un beso delicioso. Sabor a menta y pasión. Sus manos seguían masajeando mi espalda, pero su boca me regalaba un beso profundamente apasionado. De pronto se levantó, bajó su bragueta y sacó su miembro que ya estaba tremendamente duro. Puse mis manos en su vientre cuando él acercó su herramienta a mis labios y la metió hasta mi garganta. Agarraba mi nuca mientras yo se la chupaba, la sentía en mi boca dura y palpitante, atragantándome. Era muy invasivo, pero me tenía tan caliente, que no deseaba otra cosa que ser cogida por ese doctor convertido en energúmeno sexual.
Seguía chupando cuando, sin decir palabra, me empujó suavemente para que me recostara, con las piernas en la orilla de la cama, puso sus manos atrás de mis rodillas y me levantó, como si pesara menos que nada, puso mi sexo a la altura del suyo y me jaló para ensartarme de una estocada. Sentí su fierro caliente meterse hasta mis entrañas. Nuestro orgasmo fue simultáneo y casi inmediato.
Me despedí como si siguiéramos en el juego. Deseosa de recibir otra dosis de 20 centímetros de "penecilina".
Hasta el jueves, Lulú Petite