A besar, por ejemplo POR: Lulú Petite

25/08/2015 03:00 Lulú Petite Actualizada 08:31
 

QUERIDO DIARIO: Insisto, más que raíces cuadradas o modelos atómicos que, en la mayoría de los casos, olvidamos después del examen, en la escuela, secundaria y preparatoria deberían enseñar cosas importantes para la vida, a besar, por ejemplo. Teoría y práctica del beso, curso I.

Sería un aliviane abrir el libro de texto y encontrarte con instrucciones razonablemente serias de cómo intercambiar babas puede convertirse en un acto erótico o amoroso sublime.                                                                                                                                                                                                                                                                                               

Es imprescindible para besar, comenzaría el libro, contar con un espécimen preferentemente de la especie humana, dispuesto a compartir fluidos con usted. Independientemente de su raza, género, estado civil, religión, militancia partidista, orientación sexual o cuenta bancaria, una vez hallado a quién besar, puede dar inicio a la acción.

Para eso te voy a dar tres recomendaciones o pasos:

Uno: Lávate los dientes. La higiene en un beso es indispensable. Recuerda: El cepillo de dientes, después de cada comida y antes de cada cogida, si no, al menos una menta.

Dos: Cierra los ojos. Déjale el beso a tus otros cuatro sentidos. Saborea, huele, toca, escucha y confía en ti.

Tres: No babees. Los San Bernardos son encantadores, pero si en un descuido te dan un lengüetazo, ya valiste madre. Hay hombres que besan así, como si su boca fuera un inagotable manantial de saliva. Eso no se siente rico.

En este caso te sugiero ensayar. Consigue una naranja. Pártela a la mitad y bésala. Bésala de modo que te vayas comiendo el jugo y la pulpa, sin que el jugo ni tu saliva escurran. Si lo logras (con la práctica), no sólo serás un besador insuperable, sino que harás unos orales capaces de llevar a cualquier mujer al cielo. Recuerda, el objetivo es que termines con la cara limpia. Sin babas ni jugo.

Y es que te voy a contar lo que me pasó anoche. Como con todos los clientes nuevos, tenía expectativas. Parecía un hombre seguro: elegante, moderno, resuelto, más que listo. E iba al grano. Yo llevaba el pelo recogido. Él se puso de pie apenas entré, me estrechó la mano, como todo un caballero, y aguzó la vista para fijarse en mi peinado.

—Te luce muy bien —dijo—, pero te quedaría mejor suelto.

Me gustó la forma en que arrugó la cara. Se le definían mejor las líneas. Sus rasgos óseos, sus años bien cumplidos. Combinaban con sus canas casi platinadas. Las marcas de la experiencia, pensé. Además, un hombre que note esos detalles sabe lo que quiere. Sin quitarle la vista de encima, hice lo que me pedía.

—Lentamente, así, muy bien —dijo.

Tenía una sonrisa soñada.

—Ponte cómoda —añadió.

Me quité el saco y los tacones. Me acerqué y me dijo al oído lo que quería hacerme. A medida que enumeraba lo que me esperaba, yo asentía. Tenía escalofríos, pero de esos que son ricos y que se sienten cuando algo te excita mucho.

Me apretó con sus manos robustas. Restregamos nuestros cuerpos y comencé a sentir que su pene se erguía como un monolito. Sus labios eran tersos, el perfecto contraste para su vello facial, tan varonil. Lo ayudé a quitarse la camisa. Tenía cuerpo de surfista cuarentón, con un bronceado homogéneo y dorado. 

Bajo aquella capa de elegancia corporativa, tenía varios tatuajes con símbolos tribales.

—¿Te gustan?

—Me gustan —dije.

En breves instantes me encontré desnuda sobre la cama. Él, de pie, me tomó por los tobillos y me jaló hacia él con un movimiento rápido, intempestivo. Me acarició las piernas y me besó las rodillas.

—¿Lista? —me preguntó con una sonrisa traviesa.

—¿Para esto? Siempre —le respondí y estiré los brazos para estrujar la sábana.

Lo tenía durísimo y era grueso. Se sentía divino al rozar mi vagina por dentro y por fuera. Generaba fricción y calor, entrando y saliendo cada vez más fácil con el lubricante del condón y con mis fluidos.

Mordisqueó mis pezones. Mi respiración se descontrolaba y él gemía y exhalaba como un búfalo. Me decía cosas sucias y me penetraba más con su miembro indomable. Entonces comenzamos a dar vueltas sobre la cama. Íbamos de aquí para allá, creando un torbellino en la sábana. A veces él encima de mí, a veces yo encima de él. Una locura.

Me puso de espaldas contra el colchón y apuntó su miembro entre mis piernas, sosteniendo con sus brazos el peso de su cuerpo para no aplastarme. Comenzó a moverse y me miró a los ojos, entonces me besó. Fue como una versión bizarra del cuento de Blancanieves, porque también su beso me rompió el encanto. Su aliento era fresco, pero las babas ¡Caramba! Un bulldog a la hora de comer habría salivado menos. Perdí toda la concentración, rehuí al beso y aunque él terminó con un buen orgasmo, el mío que ya venía construyéndose, se vino abajo. Imposible recuperarlo.

Se lo comenté al final, le dije que es bueno en la cama, todo un atleta y lo hace riquísimo, pero sus besos son fatales. Le di el consejo de la naranja y me dijo que no fuera egoísta, que lo compartiera con más personas y  aquí va, cumpliendo la promesa. Insisto, en la escuela deberían enseñar cosas importantes para la vida, a besar, por ejemplo.

Un beso (sin babas)

Lulú Petite

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