Querido diario: Descorchó una botella de tinto y llenó las copas. Tomé una fresa del plato de frutas que nos habían servido. La puse en mis labios sin morderla y me acerqué a él ofreciéndosela. Él, tomándome de la cintura, me arrancó la fruta de los labios con un mordisco que se convirtió en beso. Tomó el cierre de mi vestido y lo bajó de un tirón, dejando mi espalda desnuda, apenas hice un movimiento leve, y el vestido cayó.
Él clavaba en mi cuerpo su mirada pesada. Es un hombre guapo, de estilo refinado, pero con rostro tan duro que parece estar siempre enojado.
Tomó otra fresa con sus dedos y me la puso en los labios, cuando la comí dejó su índice en mi boca para que se lo chupara de modo parecido al que algunas veces le he comido el sexo. Paseó la yema de su dedo por la línea de mis labios y al llegar a la comisura apretó suavemente mi rostro para jalarlo hacia el suyo con un movimiento delicado, casi romántico.
Me dio otro beso con un intenso y delicioso sabor a fresas. Jaló entonces el nudo de su corbata para deshacerlo y comenzó a desabotonar su elegante camisa. Su pecho, tapizado por un pelambre fino, olía delicioso, a perfume. Me miraba sonriendo, mientras daba un segundo sorbo a la copa de vino.
—¿Estás soltero, corazón? —Le pregunté al acostarme en la cama, esperando que él se me uniera sobre las sábanas y sabiendo que, en mi pregunta, la palabra “soltero” no se refería al estado civil, sino a que si estaba solo en casa.
—Sí, la familia se fue de visita con los abuelos —me explica sonriendo. Él siempre me llama cuando se queda “soltero”, como él mismo dice cada que su esposa agarra maletas, hijos y avión. Como él tiene mucho trabajo y su esposa es de Campeche, varias veces al año se va un fin de semana con los hijos a ver a sus papás y deja a mi adorable cliente como ‘chino libre’, con dinero, tiempo y ganas de portarse mal.
Sonreí al verlo semidesnudo. Tiene 40 años y una bonita figura. El pelo en su pecho siempre huele delicioso y lo hace ver muy masculino, atractivo. No todos los hombres “peludos” se ven bien, depende mucho de la higiene, de la espesura del pelo y de dónde está. Él se ve muy bien con el torso desnudo. Acomodó su ropa en el tocador y caminó de nuevo hacia mí.
Le sonreí y una vez más miré aquel vello oscuro que le hacía tan varonil y tanto me seducía. Tomé otra fresa del plato, antes de llevármela a la boca la pasé entre mis pechos dejando una tenue capa de miel y cáscara. Él se acercó, hundió sus dedos en la carne de mis nalgas y jalando mi cuerpo contra el suyo clavó su cara en mis pechos y lamió todo lo que de aquella fresa quedaba en mi piel.
Sus labios tibios treparon por mi cuello hasta acercarse a mí oído, me susurró algo, pero al tener su voz tan cerca, hizo que mi tímpano vibrara y sentí un escalofrío que no me dejó entender lo que me decía, pero me provocó una sensación de deseo parecida al orgasmo. Comencé a lubricar.
Puso una mano en mis nalgas, la otra en mi nuca y haciendo que mi cuerpo se balanceara un poco hacia atrás, con delicadeza me dio un beso largo y apasionado. Sentí como si miles de hormigas me caminaran por las venas.
Nos metimos a la cama completamente desnudos. Él clavó su cara en mi cuello provocándome unas cosquillas deliciosas que me hacían perder el control y retorcerme como gatita atrapada, hasta que logré zafarme de su delicioso tormento, me trepé sobre él y comencé a besar su pecho, metiendo mis dedos entre la alfombra de pelaje obscuro y de aroma delicioso, un poco a jabón, otro poco a perfume. Mordí sus pezones con cierta fuerza porque me ha dicho que eso lo excita, que se los muerda bien. Él soltó un grito del que no se podía distinguir placer o dolor.
La suavidad de sus vellos entre mis dedos, me hicieron que comenzara a bajar trazando un mapa de besos por su torso desnudo, explorando con mi boca cada centímetro de ese camino masculino y delicioso.
Encontré entonces su miembro rígido, grueso, con las venas hinchadas que parecían dibujar una enredadera de esas que trepan por los grandes troncos. La acaricié por un rato masturbándolo suavemente, sintiendo la piel desnuda de su sexo en mis manos. Sin dejar de jalarla con buen ritmo, me incorporé y regresé a su cara para robarle otro beso en los labios.
Él me empujó poniéndome de espaldas contra el colchón, tomó del buró un condón y se lo puso con pericia y sin dejar de verme con muchísima lujuria, tomó mis tobillos, puso mis pies en sus hombros y con un movimiento rápido y ágil me empaló de un golpe.
Sentí un dolor tremendo, como si me rompiera y se clavara hasta mis tripas, pero en cuanto comenzó a moverse el dolor se convirtió en un placer intenso que no se detuvo hasta que ambos gritamos nuestros respectivos orgasmos.
Él se paró a lavarse y, en el camino, tomó una fresa del plato y se la llevó a la boca.
Me miró sonriendo con mucha picardía en los ojos.
—Me encantan estos días en que me quedo soltero —dijo antes de meterse a la ducha.
Un beso
Lulú Petite