Por la imaginación

28/01/2016 13:48 Actualizada 13:48
 

Querido diario: La noche es oscura como dos ojos cerrados en el fondo de un pozo. Puedo ver diminutos trazos de texturas de lo que me rodea.

Estoy en una habitación amplia y lujosa. Hay un espejo enorme que refleja las cortinas. Son blancas y largas como colas de caballo. Bailan con la brisa que entra por la ventana. Siento la respiración vital de la Ciudad de México, su magnificencia de concreto, su pulso. 

Estoy boca arriba, completamente desnuda. Tengo frío, pero es una sensación muy agradable, como una cosquilla muy rica. Mis poros se erizan. Junto a mí hay un hombre también en cueros. Es un actor muy famoso, no voy a decir su nombre. Está dispuesto. Su miembro está rígido como una lanza. 

—¿Hola? —digo.

Escucho sus exhalaciones, veo el minúsculo brillo de sus pupilas, es tan guapo como en la pantalla, pero su cara es más hermosa. Me acerco y toco su pecho. No hay más preámbulos. De un zarpazo me toma por la cintura y me besa. Me dejo llevar. Estrujo la sábana cuando su pene, enorme y viril, roza y separa las empapadas paredes de mi vagina. Comenzamos a pasarla de lo lindo. Sus hombros son anchos y su respiración me arrulla.

Estoy divinamente intoxicada con el aroma que transpira. De pronto escucho miles de campanas al unísono. Mi amante misterioso ni se inmuta, pero para mí es ensordecedor. 

—Quédate aquí —susurra. Sé que está por metérmela. Le quiero decir que se apure, que lo haga, pero las campanas repican fuerte.

Su voz es una súplica a la que no me puedo negar. Estoy convencida. No quiero detenerme. “Que se caiga el mundo a campanazos, pero de aquí no me despego hasta que nos vaciemos”, pienso con mi más hondo deseo. Entonces pasa algo. —Despierta, estás soñando —me digo casi sin querer. Las campanas se van transformando en el repique de mi celular y en mis brazos ya no está el hombre, sino mi almohada.

Abro los ojos. Me descubro con la boca reseca, el sexo empapado y la mente confundida. Ahora todo es real y vívido. Me toco la parte interna de los muslos. Todavía palpita cálido donde uno se encuentra con el otro. Estoy en mi cama, sola. Es de día y ya ha pasado casi toda la mañana. Rechiflo aire decepcionada por encontrarme de vuelta en la realidad. Ni hablar: volví a quedarme dormida. ¿El gym? Bueh... Cierro los ojos, pero ya estoy más que despierta. El teléfono deja de repicar por un minuto. El silencio es como un respiro.

Entonces comienza a sonar de nuevo. Resignada, me aclaro la garganta y atiendo.

Transcurridas un par de horas, después de un baño vigorizante, un desayuno con mucha proteína y una rápida revisión de correos y mis redes, iba al volante en mi coche, más despabilada y despierta, camino al hotel en el que quedé con el cliente. 

Habíamos quedado de vernos en la habitación 104. Saludé al señor de la recepción, un hombre amable que siempre me trata con cortesía, subí al elevador y caminé por el pasillo hasta plantarme frente a la puerta. Estaba a punto de tocar, pero se abrió como un aleteo.

¿Cómo describirlo? Guapo no era, definitivamente. ¿Carismático? Quizás. Al menos en cuanto a personalidad, sí. Era un hombre decente. Sin duda muy higiénico, limpio, muy bien arreglado y elegante. Cada quien compensa sus carencias de la manera que más le convenga, ¿no? Era bajito y parecía un dibujo animado, sobre todo por su voz chillona y chistosa.

Es normal que a veces pase. Soy humana y no me enciendo y me apago como si fuera un electrodoméstico si alguien no me pone. Por eso me costó entrar en onda con él. No fue nada personal, honestamente. 

Cuando nos desnudamos, nos metimos en la cama y comenzó a tocarme, sentí un raro vacío en el que se instaló mi apatía.

Sus intenciones eran buenas, pero sus aptitudes no tanto. Tenía las manos muy chicas y sus dedos eran más pellizcos que caricias. Tenía un miembro decente, la verdad, pero todo él estaba muy excitado y se movía casi frenéticamente.

A punto de bostezar, se ‘me encendió el foco’. Cerré los ojos y decidí que lo iba a disfrutar, aquel deseo del sueño interrumpido de esa mañana se apoderó de mi cabeza y de mi cuerpo. Ya no había vuelta atrás. Me di cuenta de lo valiosa que es la imaginación cuando empecé a sentir que las manos de mi amante recorrían mis pechos con placentero gozo. 

Me aferré entonces a su espalda, sentí su respiración agitada y dejé que me lo hiciera con la fortaleza y la profundidad de sus rasgos sombríos. Hacía lo posible por disfrutarlo y comencé a lograrlo, imaginé deliciosas sus caricias y me dejé llevar por sus manos, por sus besos, por su cuerpo y, sobre todo, por mi mente, dispuesta a disfrutar su torpeza. Me sorprendí de vuelta en la realidad, gritando de placer al mismo tiempo que él, quien se había corrido aullando de una manera muy cómica. 

Luego hablamos de cualquier cosa y compartimos un buen rato. Al final no estuvo mal. Él quedó contento y dijo que volvería a llamar. Le dije que con gusto. Ultimadamente, hasta el placer es cosa de dejarse llevar, aunque sea por la imaginación.

Un beso

Lulú Petite

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