Sexo sin amor

ZONA G 28/02/2017 03:00 Lulú Petite Actualizada 09:31
 

Querido diario: Rey tiene más o menos mi edad (sí, se llama  Reynaldo). Me habló ayer por la tarde. Habíamos tenido nuestro primer encuentro unas semanas atrás. A veces esas sexoterapias parecen primeras citas, pues apenas empiezo a conocer a los clientes y ellos a mí. Por muy abierta y cariñosa que sea, a algunos les cuesta dejarse descubrir. Hay tanto misterio y timidez que por algunos instantes me imagino que aquello no va a funcionar. Rey fue más o menos así. Estaba nervioso.

—Estoy aquí para hacerte sentir bien —le dije para romper el hielo y que se relajara.

Lo pasamos bien (muy bien, de hecho), pero de todas formas se hizo el duro y lo noté algo incómodo, tenso, cohibido.

Se despidió cordialmente, sin verme a la cara. Pensé que no llamaría más, pero ahí estaba. Como decía, nos vimos anoche. 

Llevaba jeans oscuros y una camisa azul cielo con puntos rojos que le quedaban muy bien. Se lo dije y él me devolvió el piropo alabando mi escote.

—Pensé que no llamarías otra vez… —le dije en tono juguetón, acariciando la tela de su camisa.

Dijo que había estado ocupado. Le comenté que me había parecido que la primera vez no disfrutó tanto.

—Nah, ¿de qué hablas? —respondió pelando los ojos.

Así estuvimos coqueteándonos, poniéndonos en sintonía. Me contó que su ex lo había dejado con boda pagada. Casi lo planta en la iglesia.

Me lo contó tranquilo, sin ensuciar sus palabras con enojo o tristeza. Le pregunté si se sentía bien. Asintió, pero no sé si convencido. Entendí que parte de su proceso, era dejar de idealizar el sexo como un acto puro de amor. Decidió buscar ayuda profesional y así llegó a mis brazos.

Estábamos acostados, acariciándonos con las piernas entrelazadas y deslizando nuestras manos sobre el otro como si quisiéramos moldearnos en arcilla.

Rey era un romántico buscando desenamorarse. Quería convertir su impulso sexual en algo sin sentimientos, por purito placer. Y así lo hacía. Sus apasionados besos me hacían hervir la sangre de deseo.

Me lamió el cuello y apretó mis nalgas con sus dedos firmes. Derretida por la electricidad que recorrió mi piel, clavé mis uñas en su espalda y eché la cabeza hacia tras, ofreciéndome completita.

Tomó el condón y se enfundó en un santiamén. Abrí las piernas y él se colocó encima. Me besó mientras me penetraba. Sus labios carnosos y jugosos masajeaban los míos mientras su miembro encontraba el camino para hacerme gozar.

Dejé escapar un suspiro de alivio y me entregué al placer. El pecho de Rey se enrojeció a medida que el vaivén de su cadera me hacía temblar. Alcé una pierna y la apoyé el talón en su hombro. Empezó a encajarlo entero, penetrando hasta el último centímetro. Se sentía hinchado y jugoso, como si tuviera pulso y palpitara dentro de mí, bombeando lava ardiente a través de sus venas.

Sus manos grandes amasaron mi carne, mis tetas, mis pezones duros y sensibles. La cama rechinaba debajo de nosotros y yo cerraba los ojos y estrujaba la sábana con los brazos estirados hacia arriba, como si no pudiera escapar de este clímax prolongado. No pude evitar gritar antes de morderme el brazo.

Algo bestial y primitivo emanaba de nuestra unión. Su cuerpo tenso, fundiéndose con el mío. Le supliqué que me diera más duro y más rápido, que ya casi…

Entonces se hincó apoyando un pie en la cama y enterrándome toda su pieza. No era el mismo. Se había desinhibido finalmente. Pura energía animal a su máxima potencia, sin idealización, puro goce.

Lo sentí muy adentro, muy duro, muy hinchado. Él lo dejó todo en un último esfuerzo y apretó sus músculos al mismo tiempo que yo. Lo sentía todo, pero no veía nada, pues tenía los ojos cerrados, ni escuchaba nada salvo el ritmo acelerado de mi corazón. Nos vinimos al unísono.

¿Tiene el sexo que ser un acto de amor? Yo creo que no necesariamente en el sentido romántico, pero cuando sale tan bien y se siente tan rico, el sexo sigue siendo de amor, aunque sea de amor propio.

Hasta el jueves,

Lulú Petite

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