QUERIDO DIARIO: La felicidad, el amor y el placer vienen en presentaciones completamente distintas. Lo que para una persona es excitante para otra puede ser desagradable. Para alguien, pasar la tarde viendo futbol puede ser un día perfecto, para otra, la sola idea le puede parecer aberrante. Es cuestión de gustos.
En el sexo es igual. Cada cabeza es un mundo y cada persona tiene gustos y costumbres distintas. No sé quién dijo que el órgano sexual más importante es el cerebro, pero es cierto, cuando plantamos una idea en nuestra cabeza y convertimos esa idea en algo que nos estimule, el placer sexual se puede potenciar tremendamente.
Supongo que, después de los kilómetros recorridos en este negocio, puedo afirmar que lo he visto todo. Desde gustos comunes hasta los más extravagantes. Bueno, seguramente me faltarán muchos, porque lo que he hecho se mantiene razonablemente dentro de los límites de la ley, la seguridad y la higiene, pero más allá de eso, puedo decir que sí, he visto de todo.
Fetichismos de cualquier tipo. Recuerdo un cliente del Hada, que pedía a chicas que pudieran llorar, porque le gustaba beberse las lágrimas.
Había otro, también de la agencia, que no hacía el amor, pero contrataba chicas para que se sentaran desnudas a la mesa, mientras él comía y después se masturbaba. Otro se vestía de mujer, a uno más le gustaba que lo amarraran, el clásico que me hacía usar uniforme escolar. La lista de experiencias es extensa y divertidísima.
Ciertamente, cuando comencé a trabajar por mi cuenta disminuyeron las extravagancias.
Afortunadamente ahora la mayoría de los clientes simplemente van a coger, con algunas excepciones, como la de anoche:
—Hola, soy Daniel —dijo al otro lado del teléfono.
Me dijo que estaba vagando en internet y que, buscando compañía para un rato de lujuria, se topó con mi blog y que después de leerlo un rato pensó que podía ayudarle. Así dijo, literalmente: “Ayudarle”.
Se veía como un sujeto normal, pero si lo pienso, a estas alturas, ¿qué puede ser considerado normal? Eso sí, era muy educado, hombre serio y formal, con algo más de 50 años, mirada tierna y modales casi anticuados. Tenía una manera muy particular de hacerme sentir cómoda. Como si no tuviéramos que preocuparnos por nada.
Se desnudó y pude ver que se mantenía en estupenda forma física. Era apuesto, de cuerpo atlético; el me miró con lujuria, pero especialmente los pies.
—Es que están muy bonitos. Mira nada más qué bien te queda ese color de uñas. Deseo chupártelos —dijo emocionado.
¿Qué se suponía que respondiera? Soy de las que van por la vida tratando de conocer lo más que se pueda y, naturalmente, no es el primer fetichista de pies a quien tengo el gusto de atender, así que le dije “Sale”, me tiré de espaldas sobre la cama y puse los pies en alto, ofreciéndoselos.
—No, así no —dijo él.
Extrañada, le pregunté qué era lo que quería hacer.
—Déjalos sobre el piso. Yo me encargo del resto —explicó.
Me senté en el borde de la cama. Me encantan los fetichistas de pies, les digo “pietichistas”. Si hay algo rico es que alguien que sepa hacerlo te acaricie los pies. Él fue a un rincón de la habitación, se puso a gatas y se dirigió hacia mí meneando el rabo. Hundió la cara entre mis rodillas y comenzó a olisquearme los tobillos. En eso sentí la primera pincelada tibia y húmeda de su saliva. Posó la punta de su lengua con suavidad sobre el dedo gordo de mi pie izquierdo. Hizo circulitos y sentí muchas cosquillas. Entonces comenzó a lamer de veras. Lengüetazos largos y espesos recorrieron cada centímetro cúbico de mis pies. Sentí rico, pero las cosquillas eran intensas. Roja de las ganas de reírme, los alcé un poco y Daniel se puso a lamerme las plantas completas. Me dejé caer sobre la cama, apretando las mejillas para no explotar. Por raro que suene, esta tensión me excitaba más. Él tenía la mitad de mi pie derecho metida en su boca mientras se restregaba el izquierdo contra su pene, que se iba haciendo más grande, gordo y duro entre mis dedos. Estaba ultracachondo. Succionaba con fuerza y hacía el ruido que hace un hambriento desesperado comiendo un plato de espaguetis.
En un arranque repentino, se levantó y se puso el condón.
—Ponte a cuatro patitas para mí —me pidió con ojos de lobo.
Me ubiqué en una esquina del colchón, con mi retaguardia a la altura de su tren delantero. Abrí un poquito más las piernas y él me agarró bien por la cadera. Me jaló hacia él y empujé hacia atrás para que todo encajara en su lugar. Sentía su respiración en mi nuca. No sé si gemía o gruñía. Se movía atrás y adelante, oliéndome el cabello y lamiéndome el cuello. Mis nalgas rebotaban en su abdomen y mis senos se mecían al ritmo que él imponía.
En gustos se rompen géneros. Ya me habían hecho el amor de a perrito muchísimas veces, pero nunca con lamiditas y todo. El placer es el verdadero mejor amigo del hombre. Y de la mujer. Gracias Perrito, te mando un beso.
Un beso
Lulú Petite