Querido diario: Mientras paseaba mi vista sobre los productos en un supermercado, me habló Fabián.
—Hola, Lulú, ¿qué haces?
Fabián es chistoso. A veces lo es sin proponérselo. Es un excelente amante, no sólo en la cama, sino como compañero de ratos.
—Estoy en frutas y verduras —le contesté.
—¿Eso es una posición sexual?
Medio dejé soltar una risa y la señora que estaba a mi lado viendo otros productos volteó a verme disimuladamente. A veces me toma por sorpresa y no sé si habla en serio o se hace el tonto. Fabián es raro y dice cosas tan extrañas que, a veces no sé si es un chiste o no.
Nos veríamos esa tarde en su hotel. Así quedamos y yo terminé de hacer mis compras. Su cabeza medio calva se asomó tras la puerta cuando llegué a su habitación.
—Dichosos los ojos que te ven.
Galán otoñal eterno, me invitó a pasar y me ofreció algo de beber. Le dije que de momento sólo quería estar con él. Se sonrojó y se sentó a mi lado, mientras me ponía más cómoda.
—Qué lindo cuerpecito tienes, Lulú —comentó de pronto y comenzó a acariciarme y a darme besitos tiernos en los hombros, en la espalda, en la nuca.
Me di media vuelta y le vi el rostro. Se le habían puesto las orejas rojas y tenía las gafas empañadas. Lo dicho: me resulta gracioso y creo que ni siquiera se esfuerza, le sale natural.
Hundió su rostro entre mis tetas y yo no hice más que divertirme con sus ocurrencias. Estaba a punto de empezar a reírme otra vez, pero en eso sus manos no tardaron en hallar caminos inexplorados. Siguió con sus dedos la curvatura de mi cintura y los deslizó despacito por mis nalgas. Me ubiqué encima de él y empecé a incitarlo cabalgándolo y restregándome contra su entrepierna.
—¿Te gusta?
—Me encanta —dijo como embelesado, lamiéndome.
Su lengua describía circulitos concéntricos. Me hacía cosquillas, pero me gustaba la sensación, ese hormigueo intermitente y húmedo. Hundí mis dedos en sus pocas canas, sin parar de menearme.
Sus manos fueron desplazándose hacia mi cadera.
Sus dedos encontraron la forma de escabullirse por mi entrepierna y ahí empezó a estimularme riquísimo. El roce renovaba mis ansias. Me encendía su forma de gozar con mi cuerpecito desnudo. Lo ayudé a forrarse el miembro con el preservativo. Lo tenía a tope. Se adentró con ahínco, hundiéndolo enterito hasta la base. Su postura le ayudaba a balancearse mejor. . Concentrada en la manera en que Fabián me estremecía, fui acercándome al orgasmo.
—¡Me vengo! —alcanzó a decir antes de morderse los labios, yo apreté los muslos para exprimirle el placer supremo.
Se vino, casi alzándome en vilo con su cadera.
—Entonces… ¿frutas y verduras? —Dijo sin venir al caso, con su miembro todavía dentro de mí, erecto, y su sonrisa pícara. Te digo, es un tipo raro, nunca sé si reír de sus cosas o buscarle un loquero.
Hasta el martes, Lulú Petite