Mil demonios nos carcomen el alma

Al día 02/03/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 08:00
 

Aquella tarde presagiaba caos. El ruido urbano acentuaba el estrés. Un chavito me miró por la ventana del microbús y me sacó la lengua. Preferí ignorarlo y saqué un cigarrillo para fumarme la desilusión en esa esquina. Comenzaba a oscurecer, la gente regresaba cansada a casa, mientras yo era un desfile de dudas en aquella acera que hasta me parecía extraña. Maribel acababa de largarse, dejándome a merced de mil demonios que me carcomían el chingado corazón y el alma. “Discúlpame. No eres tú, soy yo”, me había dicho antes. Carajo, se agigantaba mi confusión mientras yo miraba sus ojos equivos, como si ella temiera que descubriera algo. “Es que creo que no está funcionando, bueno, no sé, deveras no sé qué hacer, mmm, bueno el caso es que no creo que debamos seguir juntos”, más o menos esa fue toda su explicación. Lo que más odié fue su argumento de “no eres tú, soy yo”. Me cai que me hubiera gustado tener la entereza para soltarle algo como “claro que eres tú, porque yo no soy el idiota”. Sin embargo me ganó la caballerosidad, sin saber a ciencia cierta qué carajos decir sin sonar ofensivo. “Perdóname”, soltó ella mientras intentaba tocarme la mejilla. Y yo solamente giré la cabeza para evitar el contacto físico. Luego se marchó sin mirar atrás. Me quedé recargado en la pared, intentando ordenar mis ideas, queriendo que aquello no estuviera sucediendo, pero ya era tarde hasta para preguntarme cosas como “¿qué diablos hice mal?”. En ese momento sólo parecía haber dos opciones: Seguirla en busca de recomponer la relación. O regresar por donde llegué, camino al purgatorio de mi cuarto. Un grafiti en la barda era el señalamiento a seguir. Y yo que siempre he sido demasiado orgulloso, caminé de vuelta y fui a encerrarme en mi búnker con la esperanza de que el bombardeo de dudas no fuera muy intenso. La pinche historia de mi vida. Yo a Maribel la quería mucho, o al menos eso pensaba. Bueno, la quería tanto como se puede querer a alguien cuando acabas de entrar a la prepa. Obviamente ella me dejó para andar con otro tipo menos común que yo, seguramente. Y yo martirizándome, analizando día y noche, qué chingados había hecho mal. Era demasiado joven y estúpido para comprender que las mujeres son expertas en construir laberintos de pretextos….
 Creo que fue Myriam la que me dijo aquello de “estoy pasando por una depresión y no quiero echar a perder esto”. Pinches viejas, desde que se inventó la bipolaridad no se andan con pendejadas. “Es mejor que nos demos un tiempo”, sugirió ella. Acepté sin reparos. Luego, tiempo después, Sarahí salió con aquello de que “tú y yo debimos quedarnos sólo como amigos”. Y Jocelyn argumentó que “no estoy preparada para una relación tan seria”, luego de un año de estarnos acostando. No-mames-no-mames, la jodida historia de mi vida. Y Marifer fue tan clara como contundente: “Es que estoy confundida”, puso como excusa para tratar de regresar con su ex novio que la estaba buscando.

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“Siempre quieres parecerte/ a tantas cosas que no eres,/ viajar en coches deportivos,/ acostarte con mujeres./ No puedo dormir y estoy tan solo aquí/ y te necesito./ He generado tanto odio,/ tanto odio y tanto amor,/ que a veces creo volverme loco/ viendo como sale el sol / dentro de esta habitación./ Quisiera que como a cualquiera/ algo me sorprendiera”, sonaba tenue la voz de David Summers mientras yo estaba recostado en mi cama, contando los pretextos tantas veces escuchados. Atrás quedaban las tardes en que era un niño y no tenía mayor preocupación que ver Los Pitufos y reír con El Pato Lucas. Lejos quedaron los días en que me bastaba con perseguir un balón, celebrar un gol, abrazar a mis amigos, para creer que la vida era un continuo carnaval de sonrisas. En la memoria se estacionaron los viernes de borrachera en la universidad, mientras pretendíamos a las chicas guapas y acabábamos fajando con las menos agraciadas o las más ebrias. Quedan los recuerdos de aquellas veladas escuchando a Caifanes, Pablo Milanés, The Cure y U2. Aún guardo en mi álbum de instantáneas, las veces que me curé el olvido con canciones de Sabina y The Smiths. Y sí, tengo en la memoria los pretextos más comunes de las mujeres que han aprendido a olvidarme. Pero también tengo infinidad de cosas memorables, un inventario de recursos poéticos: Soy dueño de muchos defectos, de interminables suspiros frente a la ventana. Tengo la letra incompleta de una canción y una guitarra desafinada. También poseo todos los libros de Bukowski, acetatos de Soda Stereo y Maldita Vecidad, un reloj que se retrasa cada hora, el Nintendo descompuesto, este maldito refrigerador que ronca más que mi abuelo, un faro en una postal y los “20 poemas de amor y una canción desesperada”. Igual tengo una torre Eiffel en miniatura, la autopista Scalextric de mi infancia, mis Converse clásicos, la playera de la selección del 86, ese poster de Darth Vader, una combinación del Melate sin revancha, un espejo que refleja los defectos, un trofeo al menos popular de la prepa, una colección de fracasos que nadie querría en una subasta y, por último, un cuaderno con infinidad de pretextos. Pero, sobre todo, tengo la certeza de que al infierno se llega por atajos. Me he comprado un traje negro, ya soñé con mi funeral y, por fin, terminé mi epitafio. No he dictado mi testamento porque desde niño sólo ahorro retazos de memoria para no olvidar lo feliz que era.
Desde que recuerdo nunca confié en la vida, mucho menos en el destino ni en las mujeres, así que todos los días me encomiendo a un Blue Demon de yeso que me mira con malicia. Y ha servido un poco, porque he podido transitar por tantos senderos de excusas, por laberintos sembrados de pretextos. Ya lo dice Dante Guerra: "Tengo en la memoria/ los pretextos más comunes/ de las mujeres que me han olvidado/. Y también tengo archivado/ un inventario de caricias/ que me dejaron antes de largarse". Creo que todos estamos a merced de mil demonios que nos carcomen el alma y el corazón cotidianamente: el olvido, las dudas, el rencor, la melancolía, los nervios, este pinche dolor de cabeza, el desamor y así sucesivamente.

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