¿Hace cuánto que la vida no te da un recreo? Lo dice bien el poeta Jaime Sabines: “¿cuándo la vida me dará un recreo?/ ¡Carajo! Estoy cansado./ Necesito morirme siquiera una semana”.
En un país en llamas, la vida nos ha postergado los recesos. Yo he encontrado más humanidad en la mirada de un mendigo que en los ojos de los corruptos que nos gobiernan. Me he asqueado del engaño en el ceño fruncido de nuestro mandatario. Y me ha dado migraña ante la carestía de nuestra vida cotidiana.
He visto mi reflejo en los charcos cercanos al desagüe y tuve arcadas de bilis en el lavabo y la resaca más reciente me ha estremecido cualquier mañana. Mis borracheras ya no curan nada, no resuelven mis crucigramas. Y la vida me posterga los recreos. Lo dice bien el poeta Jaime Sabines: “¿cuándo la vida me dará un recreo?/ ¡Carajo! Estoy cansado./ Necesito morirme siquiera una semana”.
He recorrido el filo de tus abismos y el vértigo en definitiva no es solidario conmigo. Seguramente añoraré la curvatura de tus senos pero hoy estoy curado de las náuseas del pasado.
He caminado bajo las lluvias de abril, anegado por pensamientos fúnebres. Y me he vestido de negro, perfeccionando mi epitafio, pero no sé si al final sobreviviré a mis delirios más catastróficos.
He necesitado de paciencia para encontrar salidas de emergencia y he dinamitado los muros de varios laberintos que me han agobiado. No creo en esas tonterías de “ni ángel, ni demonio”. Yo he sido malo y he sido bueno, a secas, sin frases hechas. He estado preso por faltas administrativas. Me he sentido algo confundido en varias etapas de mi vida, enloquecí un poco, me reconcilié conmigo mismo y aún me falta hacer las paces contigo si es que te he ofendido de algún modo.
Me he maldecido por no seguir los patrones establecidos y he renegado de no ser un tipo ordinario, pero nunca me he arrepentido de ser un hombre que se rige por sus propias reglas y no acepta imposiciones, ni se resigna a los lugares comunes o a los amores de segunda mano.
He perdido apuestas sin sentido y debí pagar por errores cometidos, pero nunca he puesto en juego mi orgullo. Soy un pésimo apostador, la suerte no es mi mejor aliada, pero al menos el diablo no ha modificado las cláusulas de nuestro contrato. Tampoco me puedo quejar de que me hayan engañado. No hay truco posible cuando tú mismo te has encargado de sembrar con minas antipersonales el sendero hacia el purgatorio.
He llegado a fronteras sin palabras de bienvenida, ni sonrisas fingidas y tengo souvenirs que me recuerdan lo mucho que añoro los atardeceres lejanos. He viajado de mochilazo, me alojé en hostales baratos y también fui huésped distinguidos en hoteles de cinco estrellas, pero mis mejores vacaciones han sido en el mapamundi de un cuerpo femenino. He visto una puesta de sol en la Riviera Maya, he buceado en la profundidad de unos ojos azules y me he ahogado en ausencias sin fondo. He levantado mi copa para brindar por los recuerdos caídos en algunas batallas. He dado la cara cuando el destino me abofetea. He caído, he claudicado por momentos, pero la mirada sigue puesta en el horizonte.
He sido seducido, aunque nunca conquistado. Tengo un corazón a prueba de simulacros, no inflamable y sí incendiario. No creo en postulados románticos pero mi lado menos cursi a veces ni se da por enterado. Y es entonces que he sido atacado por mis flancos más débiles, esos que son invadidos por los lanceros de una mujer hermosa. Pero pongo en pie un ejército de insensibilidades para contrarrestar a los armeros de los detalles, a los arqueros de las caricias espontáneas. Uno nunca está preparado para soportar los embates de la sinceridad. Pero siempre es preferible una chica imperfecta, que una perfecta idiota.
He sido seducido, he sido impresionado, me he resistido al ajedrez de las miradas y mi caballería no me ha fallado. Pero el corazón es un alfil siempre empeñoso ante las reinas de ojos cálidos. Y yo soy un rey pertrechado en el puente de un castillo en llamas: o me lanzo a la fosa de los cocodrilos o defiendo mis blasones con la espada de mi orgullo en prenda. Resistamos, caballeros, resistamos, hasta desfallecer de cansancio. Y que Jaime Sabines nos dé ánimos: “El mediodía en la calle, atropellando ángeles,/ violento, desgarbado;/ gente envenenada lentamente/ por el trabajo, el aire, los motores;/ árboles empeñados en recoger su sombra,/ ríos domesticados, panteones y jardines/ transmitiendo programas musicales./ ¿Cuál hormiga soy yo de estas que piso?/ ¿qué palabras en vuelo me levantan?/ ‘Lo mejor de la escuela es el recreo’, dice Judit, y pienso:/ ¿cuándo la vida me dará un recreo?/ ¡Carajo! Estoy cansado./ Necesito morirme siquiera una semana”.
Sí, con un maldito carajo, hace tanto tiempo que necesitamos un receso: caminar sobre las hojas secas, andar en bicicleta, que se nos escurra el helado entre los dedos, columpiarnos en el viejo árbol, chapotear con los pies descalzos, enamorarnos como adolescentes. Sí, maldita sea, ya dejemos de postergar tanto los recreos.