El rehilete de tu sonrisa

Al día 06/04/2017 08:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 08:05
 

Se nos van muriendo los años, los días, los sueños. Y eso es terrible. Pero nada hay más trágico que perder un ser querido. Sobre todo si es joven. Se nos mueren los amigos, los familiares, cada vez más jóvenes, cada vez más antes de tiempo. Por un cáncer o un accidente, fallas en el riñón o cualquier motivo. Y eso es demasiado trágico.
Mi prima Sandra se ha marchado y eso es trágico, con ese velo oscuro de la tristeza. Y no se han secado los lagrimales de su famila, su madre, sus hermanas, sus prim@s y tí@s. No, no alcanzarán las lágrimas ni los rezos, como tampoco los recuerdos, para mitigar este dolor quemante de todos los días. Nuestra prima se ha ido, no sé a dónde, no sé bien a dónde, pero confío en que será a algún resort para las almas buenas. No lo sé, carajo, no lo sé. Pero quiero creer que ella estará en ese cielo prometido del que tanto nos han hablado y que se ganó luego de tanta agonía y sufrimiento. Como también quiero creer que estará observándonos de lo más tranquila, mientras nosotros vivimos apuradamente para no llegar despeinados al trabajo o a la escuela o la cita que tenemos pendiente.
No sé, en verdad que no lo sé, a dónde habrá ido el alma de nuestra prima Sandra. Pero ojalá que haya sol y brisa marina, que no le falte su licorcito de damiana o un clericot bien frío y un altavoz en el que suene con frecuencia su querido Joaquín Sabina. Ya no está aquí la prima Sandra, no volveremos a verla, pero atesoraremos por siempre su espíritu y su don de gente, su alegría chispeante y la manera en que nos abrazaba. La muerte de un ser querido es definitiva, decía un poeta de esos taciturnos, pero queda su corazón instalado en nosotros. Y eso es aún más definitivo.

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Desconozco si Sandy cerraba los ojos al besar, pero sé perfectamente que era apasionada y que se enamoraba sin reparos. Y en su vida hubo un hijoeputa que la trató muy mal y que no supo lo que era engarzar una esmeralda. Pero entonces ella conoció a Jorge, para reinventar su corazón y amarse como en un poema de Benedetti o una canción de Luis Eduardo Aute.
Yo no vi madurar a Sandra, nunca me enteré si aprendió a manejar o si le gustaban los girasoles más que las gladiolas, pero siempre supe que luchaba por ser feliz cada día o al menos para que así lo pareciera. Hablaba muy bien inglés, pero le salía aún mejor su "pinche Omar" o "pinche Nadia" cuando bromeaba con sus primos. Mi prima era buena para las matemáticas y la contabilidad, pero sobre todo era joven y guapa. Sí a ella siempre le gustaba andar muy primaverada aunque estuviéramos en pleno invierno. Le encantaba la trova y cantar a dueto las canciones preferidas con acompañamiento de guitarra. Por eso tal vez la recordaremos con canciones, de esas que te estrujan el corazón, de esas que son como declaraciones de amor constante. Por ello me atreveré a dedicarle unas líneas de  Alejandro Sánchez Pizarro: "Recordar que ya no estás/ cuando hay olas en el mar/ y cuando no también./ Cuando me siento sereno,/ cuando te echo de menos,/ hoy puede pasar,/ hoy es uno de esos momentos./ Y cuando llega el mes de abril/ y cuando quiero ir al desierto,/ acabo siempre haciendo/ un nuevo intento por saber de ti./ Cuando decido mejorar,/ cuando me digo 'esto no es vivir',/ me desespero y en este mundo no encuentro alivio.../ No sabes cuánto te echo de menos".

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A Sandy la vi crecer muchos años, hasta que nuestros caminos se bifurcaron demasiado y sólo coincidíamos de vez en cuando. Pero el cariño estaba allí, intacto. Me agradaba su alegría, su disposición a reírse de todo, la calidez de su mirada.
De niña andaba a las prisas, era una pirinola, igual que su madre y sus hermanas. Por ello siempre cuentan de aquella vez que no alcanzó a cerrar la puerta del coche mientras su jefa arrancaba y daba la vuelta en “u”, así que Sandy quedó colgada unos instantes. Por fortuna no pasó una desgracia y siempre narraban la anécdota como si fuera una caricatura. Reías, reíamos todos, imaginándote aferrada con tus manitas mientras la tía Yolanda sentía el alma en vilo y luego te pegaba una santa regañiza. Algo típico de nuestra familia de locos y deschavetados.
A mi prima Sandra siempre la recordaré como una niña inquieta que iba y venía como si quisiera descubrir por qué giraba el mundo. Ella era una niñita y yo un adolescente. La recuerdo con su fleco recortado (a lo príncipe valiente) y su moñito en la cabeza, pregúntandome cualquier cosa: ¿para qué quieres ese martillo?, ¿dónde está mi tía Licha? o ¿de quién es este chocolate? Pero sobre todo la recordaré de aquella vez que me vio con un rehilete en la mano: "¿Qué es eso, primo?", preguntó. "Un rehilete", le contesté. Ella siguió con las preguntas: "¿y qué hace?". Ella necesitaba saber más. "Es una máquina de viento", o algo así le expliqué antes de soplar con fuerza. Ella sonrió con cierta emoción. "¿Me lo regalas?", cuestionó. Le dije que sí y se lo puse en las manos. Se fue corriendo, mirando con alegría su rehilete. Y el mundo fue por unos instantes un remolino de colores.
No sé si ella recordaría aquella tarde de otoño en que la alegría se reducía a hacer girar ese arcoiris portátil. No sé si realmente fue algo relevante, pero lo que sí tengo claro es que siempre que vea un rehilete girar, me recordará la sonrisa de mi prima Sandy. Porque hay sonrisas como rehiletes y la suya era una de esas coloridas y refrescantes. Sí, la recordaré siempre por el rehilete de su sonrisa. Y sí, coincido con el hacedor de versos: "La muerte de un ser querido es definitiva, pero queda su corazón instalado en nosotros. Y eso es aún más definitivo". Como definitivas eran las sonrisas de rehilete que nos obsequiaba Sandra. Adiós prima querida, te despido mientras sopla este viento suave de abril, te digo adiós con una canción de Sabina. Te digo adiós con esta lágrima intensa que sabe a sal de brisa marina.
Y la próxima vez que visite aquel pueblito de nuestra infancia, sembraré un rehilete colorido que le sonría a esa laguna en la que aprendimos a nadar mucho antes de que construyeran la alberca familiar. Entonces sentiré el viento que me dirá "no me olvides, no me olviden". Y forzaré una sonrisa para disfrazar estas lágrimas que han de germinar promesa eterna: estaremos en tu corazón, como tú habitarás en los nuestros, querida. Por siempre vivirás en nuestros corazones, igual que tu sonrisa de rehilete. No te olvidaremos. Es una promesa de marzo y abril, de primavera e invierno.

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