Denisse aún cree en el amor. Yo le he dicho que Cupido se cura las migrañas con el sufrimiento ajeno. Pero ella no entiende y siempre se enamora de la misma clase de cretinos. Denisse se levanta un poco mareada, con un amargo sabor en la boca, queriendo que sus mañanas fueran menos opacas. Va al baño, siente náuseas y la acosan un par de arcadas de pura bilis. Se mira en el espejo y descubre tormentas en sus ojos. Flechada por un cupido con alma de burócrata, Denisse hubiera querido tramitar su renuncia a ese amor insensato que le provocaba insomnios, malas noches añorando las caricias lejanas. Una vez más se había enamorado como idiota, del más imbécil de todos. Sí, de aquel cretino que le ocultó que era casado. Estúpidamente, ella no estaba dolida porque él tuviera esposa, sino porque le había mentido. No podía creerlo, no de aquel tipo que le juraba que la amaba cada que tenía ganas de llevársela a la cama. Cuando ella lo encaró, él sólo recitó silencios. Y ella que buscaba aunque fuera un abrazo tierno, únicamente encontró desconsuelos. Su “amor” ya no pudo negarlo, pero le juró que ya no quería a su mujer, que ya la iba a dejar, como si fuera el guión de una película que todos han visto. Ella se fue llorando. Él no hizo por detenerla o abrazarla y reconfortarla. Hubiera querido odiarlo y decirle que era un cobarde, pero se engañaba ella misma porque sólo con escuchar su voz se cimbraría su corazón anestesiado. Y así fue, luego de unos días se reencontraron. Y él juró, luego de un orgasmo, que nada los separaría. Y Denisse volvió a creer en historias de dos.
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Denisse seguía enamorada. Pero ella qué sabía de esa frase lapidaria: el amor es un hotel de paso el Día de San Valentín. Ella qué sabía de cupidos con migraña. Denisse se sabía de memoria la llamada que curó su ceguera: “No sé quién seas, pero te advierto que Miguel es casado. Yo soy su esposa y él no me va a dejar por cualquier puta como tú”. Luego le colgaron. Hubo otras llamadas, de distintos números. Cuando le reclamó a Miguel no hubo dudas. El muy cretino juró que ya hasta dormían separados, que sólo necesitaba tiempo para divorciarse. Denisse no dudo en creerle a Miguel, como siempre. Pero su mejor amiga, Paula, no se anduvo con rodeos y le aconsejó que lo mandara a la chingada. Aún así Denisse se aferró a su necesidad: “Es que me juró por su madre que sí la va a dejar”. La mentira se sostuvo unos meses más. Hasta que un día él dejó de buscarla. Ella lo llamó por teléfono algunas ocasiones, pero él sólo recitó silencios. La última vez que platiqué con Denisse aún tenía esperanzas. “¿Crees que ya no me ama?”. La noté más delgada, un tanto descuidada. “Ustedes dos acabarán casados”, traté de sonar apocalíptico. Y la muy tonta me preguntó con esperanza: “¿Tú crees?”. Por supuesto que no, la desilusioné, "sólo estoy siendo sarcástico". Hay mujeres que se aferran a nunca estar solas. Y cuando sucede se encuentran desconcertadas. “Pero yo sí lo amo”, musitó. “No seas pendeja, y perdona mi falta de sutileza, pero a ese wey le vales madre”, añadí con desgano y le receté una franqueza: “Tú no estás enamorada, sólo estás enculada y tienes el orgullo destrozado”. Se contuvo para no llorar. Sospecho que mis amigas ven demasiadas telenovelas. Cada quien cava su propia desgracia. Bien dice Bukowski: “Hay suficiente traición, odio,/ necedad en el ser humano…/ y los que mejor odian son aquellos que predican amor”.
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Por las mañanas, Denisse era una muñeca despeinado. Por las tardes era un océano de incertidumbres. Por las noches navegaba en insomnios, escribiendo cartas sin destinatario: Y las canciones sonaban tenues en la computadora, mientras sus amigas “facebookeaban” tonterías. Los Bunkers no tenían las respuestas que ella buscaba, tampoco Enjambre y mucho menos Los Daniels o Zoé. Buscó consuelo en Natalia Lafourcade, lloró con Ely Guerra y añoró las tardes en que Los Cadillacs le parecían alegres. No, en definitiva, las canciones no curaban nada. Sus días eran luto obligado, las noches un insomnio constante. Y no había poesía que reconfortara sus desvelos. “Sentada he esperado, luego andaré lento... pretendiendo escuchar tu voz que llama y quema... quizá no habrá mañana al doblar la esquina, tal vez no llegará el tranvía que esperas mientras yo me alejo con las manos en los bolsillos y el alma en vilo”, leyó en algún lado y se apropió de esas palabras y las releyó con calma, mientras la angustia carcomía sus ansias. Tanto adiós la abrumaba. Tanta ausencia de caricias le inyectaba amargura. Los lunes y los martes, Denisse ganaría el Oscar a la tristeza. Miércoles y jueves la nominarían en drama. Pero al final de la semana nunca habría premios, ningún reconocimiento. Pero ella brindaba por las batallas perdidas, a veces con vodka y otras con cerveza. Y mientras más bebía marcaba a ese teléfono que ya respondía “el número que usted marcó ha sido cambiado”. Cupido es el buzón telefónico de la monotonía. Cupido se cura las migrañas con tu desaliento. Cupido es un mimo que regala rosas marchitas, recuerdos disecados, aromas de taxidermista. Por ello desconfío de febrero y también de los que han crecido viendo demasiadas telenovelas.