De un tiempo a la fecha tengo más pesadillas de lo habitual. Duermo poco, pienso muchas pendejadas y amanezco con lagañas. Y encima de todo me aguijonean los recuerdos de ciertos besos que no volverán más. Mal karma para alguien que desconfía del amor. Si bien nunca he sido un tipo tranquilo y tiendo a la mala vida, tengo épocas en que soy bastante intratable: duermo poco, trabajo mucho y pienso demasiado. Y eso equivale a tomar un atajo hacia el manicomio. Es lamentable que pase mis noches en vela o los fines de quincena a merced de esa jauría que son mis defectos. Y encima de todo, llegan malas noticias de vez en cuando. Recién me llamó Karen, en horas de trabajo, para decirme que me extraña una que otra vez. “No estoy de humor para escuchar pendejadas”, solté sin reflexionar un poco. Quizá hubiera sido preferible que se diera una vuelta por la casa esa noche y que llevara una botella de vino tinto. También pude pedirle que me devolviera mi playera de Los Killers que se llevó puesta “sin querer”. Pero ganó mi soberbia. Colgué sin despedirme. Seguro que me maldijo. Pero yo tenía otras preocupaciones. Como lo culera que se está poniendo la vida diaria, en este país con un gobierno insensato y criminales sin asomo de piedad. También me preocupa lidiar con estas ansias de lanzarme por la ventana.
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Mis amigos hablaban de "La forma del agua" y discutían sobre la calidad de la película. Cuando quieren son unos mamones. Traducido: todo el tiempo lo son, lo somos. Parloteaban como si fueran expertos en todos los temas. Aún así los tengo en alta estima. “¡Qué bueno que nos quieres!”, seguro dirán. Mi cuate Armando besó a su novia. Carlos dio una calada antes de comentar que “es una película pretenciosa, con muchas deudas hacia otros directores”. Entonces Manolo protestó: “Cálmate wey, lo que pasa es que no apreciaste las subtramas”. Que pinche weba. “Ya, cabrones, mejor hay que pedir el dominó”, sugerí. “Espérate otro ratito”, replicó Carlos. Bebí un sorbo a mi vaso de ron y me maldije por haber aceptado a salir ese día. Desde la rockola escapaba una rola de Coldplay, mientras una chavita guapa seleccionaba más canciones y llevaba el ritmo con la cadera. La Giralda tiene su encanto, aunque alguna de mis amigas se pusiera fresa y dijera alguna vez que era una “cantinucha”. Yo no he conocido una rockola más completa en toda la ciudad. Por ello, y por el buen trato, es que siempre regresaba. Cuando llegó mi turno seleccioné una rola de Joaquín Sabina, otra de Los Prisioneros y algo de Jamiroquai. La congruencia nunca ha sido lo mío. Volví a mi mesa. En cuanto terminó "Siete crisantemos", un señor de la mesa contigua me felicitó “por esa bonita melodía, joven, nunca la había escuchado. Lástima que hable de desamores, porque la nostalgia es un animal rabioso que no deja de ladrar”. Intenté sonreír y sólo esbocé una mueca que compensé levantando mi vaso en señal de “salud”. En definitiva, Sabina hace canciones tan lluviosas como la melancolía: "Lo bueno de los años es curan heridas,/ lo malo de los besos es que crean adición;/ ayer quiso matarme la mujer de mi vida,/ apretaba el gatillo… cuando se despertó.
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En la mesa, mis cuates cambiaron de tema. Discutían de futbol. Me preguntaron mi opinión sobre alguna pendejada. “La neta es que yo ya me voy”, respondí. “Aguanta, cabrón, ya vamos a pedir el dominó”, argumentó Armando mientras abrazaba a Nayeli. “Ha sido una semana jodidamente pesada”, pretexté y finalmente me largué con rumbo a la chingada. Tomé un taxi justo cuando un par de policías me miraban de manera sospechosa. Llegué a mi departamento y llamé por teléfono a Jessica, pero sólo escuché "el número que usted marcó está en un hotel de paso". Enciendí el televisor y en MTV pasaban un video de moda. Me cai que es más divertido el Guitar Hero en el PlayStation. Le cambié y en otro canal igual de patético hablaban de un famoso que es bipolar. Casi todo mundo es bipolar. Eso ya ni es noticia. Mejor apagué el aparato. Tomé la guitarra y canté partes de una rolita que apenas estaba escribiendo y que habla de una chava que cultiva peyote en su balcón. Chale, a veces soy más patético que mis amigos. Otra noche escribiendo tonterías, esperando que se acabe este desmadre de sentirme igual que un pordiosero durmiendo en un cajero automático. Lo dicho, cada madrugada, cada día, me vuelvo más imbécil. Para colmo, mis historias convencen cada vez menos a mis editores. Lo bueno es que mis lectores son más pacientes. Ya llevo mucho dando vueltas en círculos. Creo que bebo demasiado y pienso sin moderación. Soy un perro viejo que no confía en su suerte. Pero cuento con este oficio de prestidigitador que es escribir destellos cada jueves. Aunque no siempre traigo un conejo en el sombrero, ni la inspiración en los dedos. Lo bueno es que tengo a Dante Guerra de mi lado, para malmirar a los cursis: "El amor es una trampa de osos/ para las que se perfuman los senos/ y los que regalan muñequitos de peluche./ El amor es una trampa de osos/ para los que no saben caminar/ descalzos sobre la hierba,/ ni miran el abismo antes de saltar./ El amor es una trampa de osos/ para los cursis y ridículos/ que lloran con las canciones tristes/ mientras beben en silencio/ del cáliz roto que es su corazón./ El amor es una pinche trampa de osos/ que cercenará los dedos/ de un cupido con pésima puntería".