Flacos como el sueldo de sus padres

Sexo 16/03/2017 06:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 11:59
 

Han crecido entre crisis, comiendo huevo tres veces a la semana, y sintiéndose agobiados hasta en su propia casa. Por ello se la viven en la calle y buscan alaiados entre sus iguales. Los chavos de mi barrio parecen cuidar su poco territorio. Ellos han perdido las sonrisas, también las esperanzas en el futuro, y sobre todo han extraviado el coraje en algún lado. No todos, claro está, pero son escasos los que aún guardan algún destello en la mirada.

Los chicos de mi calle rezuman apatía, transpiran odio a todas horas, reflejan la ansiedad de los que no saben a dónde ir y también exhalan un vaho fermentado en resacas. Yo los miro con curiosidad y ellos me regresan rayos y centellas que pueden ser interpretados como “qué chingados estás mirando”.

Los chicos de mi calle ya no forman dos equipos para patear una pelota, porque ni siquiera hay un baldío para imaginar un estadio. No, los chavales de mi barrio, ya no son futbolistas en potencia. Ahora muchos de ellos forman bandos para defender sus territorios, aquellas banquetas grises, la esquina de las caguamas, la vinatería de la otra cuadra. No, los chicos de mi barrio ya no creen en promesas de campaña, ni crecerán en las escuelas, mucho menos pisarán las universidades. Esos chavales han sido despojados de toda esperanza desde sus hogares: por el padre desobligado, la madre que nunca tuvo muchas opciones, el tío inmigrante, la prima que es madre soltera, el hermano que anda en malas compañías.
Los chicos de mi barrio crecieron en hogares disfuncionales, bajo el gobierno de políticos corruptos, a la sombra de un sistema educativo rebasado, entre las noticias de un país carcomido por los criminales, rodeados por imágenes de sicarios sin alma. Y no, los chavales de mi barrio, no parecen tener muchas opciones cuando los han traído al mundo de una manera irresponsable. Y lucharán como puedan, con lo que tengan a la mano, para sentir que la vida no les ha derrotado o al menos para sentirse a mano. Los chavales de mi calle, de tu colonia, de aquel barrio, son una bomba de tiempo que nadie podrá desactivar.

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Los chavales de mi cuadra no leen a García Márquez, ni saben quién es Kundera y mucho menos atienden los consejos del poeta Jaime Sabines, pero ubican perfectamente a Cristiano Ronaldo y escuchan a Maluma y Arjona. Odio decirlo pero los muchachos de mi barrio anhelan un auto, los tenis de moda, una vieja muy "pronta" y una novia que “aguante vara”. Los chicos de al lado, los de enfrente, los del condominio, los de la otra cuadra, no están preparados, no lo están, para darle un viraje al destino que les han heredado sus padres. Tienen un padre mecánico o con empleos temporales pero que hace san lunes. Y una madre que dejó la escuela porque nunca entendió que el amor apendeja y hoy reniega de ese panzón que alguna vez le prometió el paraíso y todas las sucursales. Así que  no se necesita ser sociólogo para entender por qué sus hijos carecen de ambición o al menos de un plan de escape. Los chicos de mi cuadra no tienen un instructivo para construir salidas de emergencia, ni un manual para aprender a volar. A los chavales de mi calle nadie les ha enseñado que esta vida es una sucesión de batallas en las que no se puede flaquear. A estos chavos les falta espíritu, les sobra cinismo, les escasean las sonrisas, les brota el rencor, les carcomen las ansias del dinero fácil.
Los chicos de mi barrio no serán ingenieros, ni ejecutivos, mucho menos neurocirujanos, ni becarios del Conaculta o trabajadores de Pemex. Estos chavales parecen encaminados a engrosar la lista de desempleados en un país en el que los sindicatos sólo afilian votantes para favorecer a las mafias en el poder. Los chicos de mi barrio son igual de flacos que el sueldo de sus padres. Y ambicionan los placeres de los comerciales. Y pasan las tardes sentados en la acera, mirando el tiempo pasar. Los chicos de mi cuadra serán los desempleados de mañana, los que no cambiarán al país con sus votos, los que caerán en la tentación del dinero fácil, los narcomenudistas, los asesinos  potenciales, los más borrachos que sus padres, los más extraviados que sus madres, los futuros padres de otros chavales más desgraciados. Los chavales de mi barrio tienen el odio tatuado en la mirada, las sonrisas extraviadas, los tenis desgastados y el espíritu descolorido de los que no han tenido muchas oportunidades. A los chicos de mi cuadra sus padres les han heredado nulas posibilidades. Y es una pena que no conozcan la sabiduría de Ernesto Cardenal: “Bienaventurado el hombre  que no sigue las consignas del Partido/ ni asiste a sus mítines, ni se sienta a la mesa con los gángsters,/ ni con los generales en el Consejo de Guerra./ Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano/ ni delata a su compañero de colegio./ Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales,/ ni escucha sus radios, ni cree en sus slogans”. Los chavales de mi colonia están aquí de paso, no dejarán huella, no sabrán ni escribir su epitafio, nunca serán recordados, ni serán licenciados o jugarán en Primera División... Y la culpa  será de los padres que no supieron sembrarles ni siquiera la semilla de la imaginación. Y la responsabilidad será repartida con los políticos que no tienen madre, con los gobernantes insensibles, con los candidatos, con los presidentes que por años nos han birlado la sonrisa y tratan de robarnos la esperanza de seguir luchando. Los chavos de mi barrio alguna vez fueron niños que perseguían una balón, pero hoy sólo son un ejército famélico de sicarios en potencia. Y eso, déjame advertirte, nos afecta a todos. A ti, a mí, a los que viajamos en transporte público, a los que manejan auto del año, a los que se niegan a creer que los chicos de mi barrio empiezan a migrar a otras colonias en busca de algo que esté a su alcance.

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