"Les encargo mis golondrinas, denles de comer”, recomendó mi madre antes de quedarse dormida sobre mi hombro. Creo que los sedantes ya estaban haciendo efecto, porque ella no tenía aves en la casa. Yo lo que quería es que ya la atendieran, porque llevábamos un buen rato en esa clínica del Seguro Social sin que tomaran en cuenta su dolor en el brazo fracturado. Así sucede todos los días: sea mi jefa, tu hermano, el vecino, aquel obrero, tu papá, al abuelo, el chavito que vomitó toda la noche, el albañil con la mano rota, la ñora con la cabeza vendada. Todos son ignorados por horas mientras se desocupa una cama o porque es el cambio de turno o el doctor se está echando su cafecito con las enfermeras. Pero claro, qué saben de eso los diputados, los políticos en campaña, el presidente en turno. No, ellos están ocupados en falsas promesas o repartiendo el presupuesto en guerras sin sentido, en construir fraudes con sus amigos millonarios. Sí, siempre están ocupados en cosas más redituables que el sufrimiento de la gente. Claro, la esposa del presidente tiene médico particular, las hijas de Peña Nieto se curan la gripita en clínicas particulares, el ex mandatario Salinas de Gortari se hace chequeos en los mejores hospitales de Houston. Y los senadores tienen seguro de gastos médicos mayores. Pero tú seguirás votando por los partidos que te han golpeado el bolsillo, los que te han partido la madre, los que te cambian tu voto por una tarjeta de Soriana, los que llevan el dólar hasta los 20 pesos. Qué importa que tu vida siga igual de miserable, que los recién nacidos mueran sin atención afuera de los hospitales, que tu madre se retuerza de dolor en la sala de espera, que todo le quieran curar a tus hijos con paracetamol. Qué chingados importa, cuando no sabes volar, cuando tienes miedo a ir más allá de tus pinches cielos grises.
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Luego seguí pensando en las palabras de mi madre: “Denle de comer a mis golondrinas”. Era extraño, porque mi jefa nunca fue afecta a comprar aves, decía que tenerlas encerradas iba contra su naturaleza. Pero ahora que lo recuerdo, sí había unas golondrinas: eran de cerámica, tres o cuatro, y estaban colgadas con un clavito en el corredor del traspatio. Eran espantosas, la neta, pero a mi jefa le gustaban por alguna extraña razón. Supongo que le recordaban alguna etapa agradable de su vida, porque esas aves de adorno estuvieron allí por años, hasta que alguien las quitó para pintar y nadie volvió a colocarlas. Esas golondrinas pasajeras me recuerdan una parte de mi infancia y también un poema de Dante Guerra: “Nunca llegaremos lejos porque somos aves de ornato/ y nuestros ojos no saben otear horizontes./ Tenemos las alas de adorno, sin horas de vuelo./ Porque somos aves en cautiverio, atadas al suelo./ Somos cuervos sin malicia en la mirada./ Somos palomas mensajeras sin el entrenamiento adecuado./ Somos pájaros con las alas recortadas, aves que respiran monóxido de carbono”.
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Hemos sido adoctrinados por la televisión. El TV Notas es la guía básica en el Metro o el pesero, en la casa y en la oficina, como si fuera Vitacilina. Somos tan ingenuos que creemos que López Dóriga o Javier Alatorre son objetivos cuando narran las cifras optimistas del ministro de economía, mientras el país se sostiene con alfileres. Nuestra juventud está adormilada. Le cuesta trabajo pensar. Así nunca vamos a salir de las cloacas, si ni siquiera sabemos quién escribió Los miserables o La divina comedia. Tuvimos una educación sin matices, así que no es de extrañar que muchos crean que Carlos Cuauhtémoc Sánchez es un maestro de las letras. En verdad enferma ver a los políticos descalificando a sus rivales, desmintiendo las verdades, fingiendo ante las tragedias. Sus promocionales son optimistas, mientras las granadas fragmentan la tranquilidad del pueblo, mientras las bazookas agujeran nuestras esperanzas, mientras los reos más peligrosos escapan de los penales en complicidad con los custodios, mientras las lluvias inundan nuestras calles de lodo y miseria, al tiempo que nos ahoga el miedo, mientras los hombres buenos mueren a destiempo. Todo eso y mucho más acontece en este país en vilo, devaluado frente al dólar. Por eso es que “somos aves en cautiverio, atadas al suelo./ Somos cuervos sin malicia en la mirada./ Somos palomas mensajeras sin el entrenamiento adecuado./ Somos pájaros con las alas recortadas,/ aves sin cielos despejados”, como bien escribe Dante Guerra sobre la manera en que ponen fronteras a nuestros sueños. Sí, maldita sea, somos aves que caeríamos fulminadas en un simulacro, porque estamos condenados a repetir los fracasos y a asfixiarnos en nuestras rutinas diarias. Somos presa fácil de los vendepatrias, de los ambiciosos, de los que trafican con nuestras esperanzas, mientras nosotros apenas nos quedamos mirando al cielo. Como si un dios piadoso tuviera que venir a hacernos la tarea. No basta con que tu vida sea complicada, con que tu novio te engañe, con que tu vieja pase de los celos al chantaje. No basta con la jeta de tu jefe, las envidias en el trabajo, los salarios de mierda, la amargura cotidiana, porque los odios se hacinan en el microbús. No basta con la inflación, con el esposo borracho, la mujer frustrada, los intereses de la tarjeta de crédito, el recibo del teléfono, las mujeres que no saben besar, la tristeza en la mirada de un niño, el olor a sudor en el Metro, la ciudad y su mal aliento. No, en verdad parece que no basta con las chingaderas que cantan las estrellas de la radio. No basta con los trastes sucios, una blusa sin botón, el maestro tirano, las tontas canciones de amor. No, no basta con autosabotearte, con quedarte de brazos cruzados, con lamentar tu mala suerte; no basta, nunca es suficiente el autosabotaje. No, nunca es suficiente, porque te da lo mismo que el dólar rebase límites históricos. Y sabes qué es peor, que para los políticos en el poder nunca será suficiente la manera en que nos han explotado. Están acostumbrados a vernos y tratarnos como aves de ornato, como aves sin cielos despejados. Y siempre nos han dado su miserable alpiste a cambio de nuestros votos. Somos aves con las alas recortadas, asfixiándonos con monóxido de carbono y las rutinas cotidianas.