Cuando nací el diablo estaba con resaca y Dios disfrutaba de un día feriado. Lo sé porque no era primavera, ni retozaban las jóvenes del verano. Lo sé porque ni un triste cuervo sobrevoló aquellas calles áridas y polvosas de ese pueblo que se da aires de ciudad. Lo sé, simplemente lo sé. Yo nací en una fecha en la que todo mundo estaba abrigado o se quejaba del pinche frío. Por ello es que este corazón gélido tarda en salir de su constante letargo, como si hibernara todo el maldito año. Cuando nací, sólo se escuchaba a lo lejos el uluar de una sirena y el murmullo constante de un hospital saturado.
Cuando nací, había sobrepoblación en la sala de urgencias y de milagro mi madre alcanzó un camastro. Cuando nací Dios andaba con bermudas y sandalias. Cuando nací, al igual que cuando naciste tú, el diablo se curaba la resaca con saldeuvas y algunos pecados. Lo sé porque es momento que ni uno ni otro me han dado acuse de recibo o tan siquiera una copia de la factura. Lo sé por esta suerte mediana que me ha tocado. Aún no me alcanza una bala, pero tampoco me ha tocado la fortuna. Lo sé porque habito en una zona de confort que no tira para arriba y tampoco para abajo. Sé que Dios y el diablo a veces se juegan mi saldo con los dados, de tal manera que a veces termino empatado.
Como dice Dante Guerra: "Tengo un diablo que litiga/ en mi contra los viernes,/ mientras mi ángel de la guarda/ anda buscando mi cartera/ en el último bar que visité./ Tengo un Dios ocupado en demandar/ a los que lucran con su imagen/ sin pagar derechos de autor./ Tengo este infierno constante/ que es pensarte a solas/ mientras sudo las resacas/ de todo lo que bebí en tu nombre./ Tengo una vela encendida/ sobre un envase de cerveza/ porque me ha cortado la luz/ y no veo claro el jodido porvenir./ Tengo una foto de ti desnuda/ y me fustigo imaginando/ que el invierno que se aproxima/ será más frío que este maldito corazón/ que el diablo y Dios se juegan a los dados".
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Cuando nací hacía un frío de la chingada. Y así se han marchado y vuelto los inviernos desde entonces. Nací un noviembre en que dios y el diablo andaban ocupados con alguna guerra o peléandose el alma de algún despistado. Nací el día que ambos jugaban a póker, mientras la temporada de huracanes dejaba un saldo alarmante. Nací un invierno crudo, igual a ese en el que decidimos que tú y yo ya no éramos compatibles. Aunque en realidad nunca lo fuimos. En todo caso nos esforzamos por parecerlo. "Ni me busques, que no voy a estar", recuerdo que me advertiste antes de girar sobre tus pasos. Te evitaste las lágrimas, porque ambos somos alérgicos a los dramas excesivos. "Aunque no te busque, siempre estarás", te puse en el último WhatsApp antes de que me bloquearas, "y aunque no quieras, estaré cuando abras los ojos y también en tus laberitnos nocturnos". Ni te molestaste en contestar. Y sin embargo te escribí un intento de poema que no he podido hacerte llegar, pero que a continuación transcribo.
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Estaré en el dobladillo de tus pantalones, como una migaja endurecida de pan integral.
Estaré en el aroma humeante de tu café dominical.
Estaré en tus calendarios, igual que los noviembres de todos los años.
Estaré en el nombre que pintas con el dedo sobre el vaho de la ventana.
Estaré condenado en las maldiciones que me dedican tus amigas.
Estaré atrapado en el conjuro y en el mantra que repites cada equinoccio de primavera.
Estaré estacionado junto a la bicicleta que abandonaste en la azotehuela.
Estaré congelándome en el portarretrato que escondiste el último invierno.
Estaré en la esquirla envenenada que lastimó tu corazón.
Estaré en los tragos amargos de tu próxima borrachera.
Estaré en aquella canción que me dedicaste desde la rockola y que ya borraste de tu iPod.
Estaré en la bilis espesa de tu resaca sabatina.
Estaré en la amargura de tus recuerdos del porvenir.
Estaré en los viejos libros que sigues postergando y que nunca leerás.
Estaré en esa mueca absurda que cuelga de tu espejo por las mañanas.
Estaré en la gota de sudor que te resbala por la espina
dorsal.
Estaré en cada orgasmo que te recuerde mi nombre, aunque amanezcas en otros tálamos.
Estaré en tu desnudez, entre las sábanas y bajo la regadera.
Estaré en el hueco de la almohada, entre los ácaros que han colonizado tu colchón.
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Estaré en cada suspiro, en tus tics nerviosos, en tus insomnios, en tus sueños húmedos, en el frío de tus pies descalzos, en tu piel chinita, en la fiebre, en tus delirios, en la manera en que recordarás mis manos y el suave tacto entre tus piernas. Estaré en tus labios entreabiertos cuando digas mi nombre mientras dormitas. Estaré hoy, cada jueves, algunos cumpleaños, mañana y el próximo invierno. Estaré mientras la pasión que te dejé no sea rebasada por otra mente y otro cuerpo. Allí, como los silencios de los martes y el sonido de las hojas al caer, estaré-siempre-estaré. Sí, allí estaré mientras quieras que esté. Encendido una vela por tu cumpleaños, estaré. Como cada noviembre. Igual que en la frontera del invierno.