Plegarias para arder en estos infiernos

28/01/2016 13:57 Actualizada 19:43
 

Aquella mujer me miró con sus ojos más vacíos. Sus muecas grotescas podían sacar de quicio a cualquiera y sin embargo no me moví un ápice: “Todos los caminos llevan al infierno, donde no hay salidas de emergencia”, me dijo en sus delirios. Seguí sentado, fumando un Delicado, con mis gafas oscuras tratando de ignorarla. “Somos perros olfateándole el culo a la miseria.Tú eres un perro, con ojos de ciego, que no quiere ver ni entender”, vociferó antes de marcharse. Todavía giró para carcajearse y señalarme con un dedo. Pinche loca, pensé. En algo tenía razón aquella desquiciada: Todos los caminos conducen al purgatorio, al cadalso del olvido, al limbo de la desilusión. La historia de mi vida. Un mapa de poca esperanza. Una bitácora de viajes fallidos. No sé si a ti te pasa, a veces o con frecuencia, que miras a un lado, hacia atrás, oteas el horizonte y te sientes desorientado. Igual que un niño que se pierde en la feria. Igual que un adolescente en brazos del desamor. Igual que un adulto que no encuentra la brújula. La maldita historia de mi vida. Bitácora del capitán: una horda salvaje de silencios planea el abordaje. Estamos a merced del enemigo. Sin posibilidades de victoria. Ya lo dijo aquella loca que se reía en mi cara: no hay salidas de emergencia. Pertenezco a una generación con pocas expectativas, con demasiadas deudas externas e internas, con déficit en los bolsillos. Soy de una generación desconfiada, que no cree en las canciones románticas ni en las promesas de campaña, ni en ídolos de barro. Pertenezco a ese raro conglomerado de personas que ya no empeña el corazón en misiones destinadas al fracaso. Soy de esa clase de individuos que hablan solos, que duermen bocabajo, que se muerden las uñas desde el amanecer y se persignan por si las malditas dudas. Sí, soy de esa clase de personas que desconfían hasta de su sombra, que rehúyen a los gatos negros y evitan tirar la sal, no vaya a ser que la suerte gris se nos vuelva cenizas negras. Padre nuestro que estás en el cielo, ten piedad de nosotros. No olviden dejar su diezmo. Oiga, padrecito, pero si usted come mejor que yo. No seas blasfemo, hombre de poca fe. Tú no tienes perdón de Dios, te vas a ir al infierno. Ay, padre, este desdichado país ya es una embajada del purgatorio. Y no hay salidas de emergencia. Si lo sabré yo, que vengo huyendo del fuego. Diez padres nuestros, de penitencia. Padre nuestro que estás en el cielo, mándanos una lluvia de meteoros, una plaga milenaria, acaba con nosotros antes de que sea demasiado tarde. En verdad es justo en necesario. Un, dos, tres, por toda mi generación que anda extraviada. Un, dos, tres, por mí que sigo sin encontrarme. Dios, ten piedad de nosotros. Mándanos una plaga. En verdad es justo y necesario. No tenemos remedio.

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Siempre he sido de esos locos que musitan tonterías, que le hablan al espejo. Sí, siempre he sido de esos tontos que se pendejean solos cuando se equivocan. Siempre seré de los idiotas que no saben quedarse callados cuando parece lo más sensato. Debería aprender de los lamebotas, de los condescendientes, de los alcahuetes, de los que usan corbata y nunca se despeinan. Mejor que me parta un rayo, que me fulmine Dios con su dedo flamígero, que me excomulgue el Papa, que me destierren a Siberia, que derriben mi nave y que guarden un minuto de silencio los canarios o que me saquen los ojos los cuervos, que devoren mi carroña las aves de mal agüero. En verdad es justo y necesario. Porque soy de esos locos que perseveran en sus pesadillas.  Soy de esos tristes delirantes que ya rentaron el esmoquin para su funeral, de esos esquizofrénicos a los que no les tiembla el pulso cada que reescriben su epitafio. Soy de esos tantos locos que se levantan con el pie izquierdo y aún así dan el siguiente paso, aunque parezca que el futuro es una broma de mal gusto. Soy de esos tantos locos que fuman como desesperados, que le guiñan el ojo a la melancolía, que tientan a su suerte, que no rehúyen a la pelea; de esos inconscientes que escriben con la bilis, con el dolor y la rabia de los condenados a repetir los fracasos. Dios, no tengas piedad de nosotros. Psicología a la inversa. A ver si así nos toca algo en la lotería, en esta ruleta rusa que es la vida ordinaria. En verdad es justo y necesario. Levantemos el corazón. Ya lo tenemos desahuciado. En el nombre del padre, del hijo y de todos los que siguen en la batalla, los que no doblan las manos, los que nunca ondean banderas blancas. En el nombre del padre, del hijo, de cada uno de esos locos que estudian y trabajan mientras los gobernantes despilfarran nuestros impuestos. En nombre del padre, de su hijo, de sus nietos que siguen pagando la deuda externa. En el nombre del padre, de los hijos que viajan dos horas para llegar a un trabajo mal pagado. En el nombre del padre, de la esposa, de la abuela que trabaja empaquetando en el supermercado. En el nombre del padre, que se parte el lomo aunque no tenga seguro de gastos médicos mayores. En el nombre del padre y del hijo que dejó la escuela porque el hambre no se resuelve con ecuaciones trigonométricas. En el nombre del padre y la madre que ya se hartó de freír huevos tres días a la semana. En el nombre del padre y el abuelo que padece Alzheimer. En el nombre del padre, el hijo y este malvivir cotidiano. En el nombre del padre, del hijo y de la hija que se casó con un borracho. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo que nos descuidan tanto. Dios, ten piedad de nosotros. Y mándanos una plaga devastadora. Acaba con este mundo putrefacto. O al menos danos la fuerza para levantarnos otra mañana y otra y otra, para seguir peleando a pesar de nuestras debilidades, a pesar de nuestros gobernantes, a pesar de la crisis y el precio del dólar y muy a pesar de nuestra maldita suerte. En verdad es justo y necesario. Por los siglos de los siglos, amén. Dios, escucha nuestros reclamos. No nos dejes caer en tentación. Y líbranos de todo mal, incluyendo a todos los que viven del erario. Dios, escucha nuestras plegarias mientras recorremos los infiernos habidos y por haber. Ya lo ha escrito Jaime Sabines: “Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente... Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida —no tú ni yo—, la vida, sea para siempre”.

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