Benjamín Vargas fue de los primeros en enterarse del crimen, y fue el primero de los seres cercanos en llegar al lugar de los hechos: la casa en la que había vivido hasta cinco meses atrás, cuando se separó amistosamente de quien en los hechos fue su esposa, Graciela. La propiedad se encontraba quemada casi en su totalidad. El caserón que Graciela amaba y estaba reparando tras ser afectado por los sismos, estaba quemado. Pero quizá lo que más le rompió el corazón antes de entrar fueron los perros.
En el patio se encontraban, intoxicados por el humo del incendio, muy desorientados, corriendo con ansiedad. Se trataba de dos animales de raza grande, bravos, que solían dormir afuera, y la tercera, la pequeña: un perrito faldero que dormía al interior y que era la adoración de Graciela.
“Eso es algo que me hace pensar que quien las mató las conocía. Dejaron vivir a los perros”.
La historia es conocida. Y es que, de nuevo, los familiares tuvieron que difundir su tragedia y hacerla viral, para que las autoridades no dieran carpetazo. El pasado jueves 15 de marzo, Graciela Cifuentes, de 57 años, y su hija Gatziella Sol Cifuentes, estudiante de Arquitectura de la UNAM, de 22 años, fueron acuchilladas y asfixiadas. La joven Gatzi además fue violada. Él o los que las mataron, después prendieron fuego a la propiedad.
SE LLEVARON SU AUTO. Él o los criminales subieron al auto Toyota propiedad de Graciela y cruzó la pluma de seguridad de la cerrada por la que debieron entrar. Ni a la entrada ni a la salida, el vigilante pidió credencial o cuestionó el porqué se llevaban el auto de la familia.
Benjamín y el hermano de Graciela, Raúl Cifuentes, se enteraron en el transcurso del siguiente día. El viernes 16 de marzo, un comandante mandó un mensaje de WhatsApp a Benjamín, pidiéndole el teléfono de los hermanos de Graciela, ya que madre e hija “habían sufrido un percance”. Éste envió un mensaje a Raúl, y éste intentó comunicarse con su hermana y sobrina. Como ellas no respondieron, Raúl llamó por teléfono al vigilante de la caseta, el mismo que había permitido la entrada y salida de los responsables, y éste le soltó, sin tapujos: “Están muertas. Se quemó la casa”.
Ahí empezó el infierno. Ir a la agencia del Ministerio Público de Álvaro Obregón y constatar que en la carpeta de investigación se había consignado el delito de “homicidio culposo” (es decir, un accidente), ni siquiera doloso. “Nos interrogaban como si se hubiera perdido un celular”, narra Raúl Cifuentes. Luego, las “investigaciones” se centraban en Benjamín como sospechoso. Pero hasta ahí, ni buscaban el auto robado, ni se indagaba el doble feminicidio con perspectiva de género.
Piden ayuda. Cansados de la indolencia de las autoridades, los familiares realizaron un video para difundir el caso en redes sociales. “A los dos días de que difundimos, apareció el auto, e inmediatamente el fiscal anunció que el caso se investigaría en la fiscalía especializada de feminicidios.
“Sólo a través de la difusión hicieron caso. Sólo así llegó el caso a la fiscalía de feminicidios, con gente competente”. Y tanto Benjamín como Raúl coinciden: lo primero que les dijeron o reprocharon en la procuraduría es que para qué habían ido con los medios.
“No nos dejaron de otra”, tuvieron que responder los familiares.
Ahora esperan que en pocos días la fiscalía dé una respuesta, se haga de datos concretos sobre él o los feminicidas.
Benjamín se quedó con el perro faldero que era de su esposa. Tuvo que dar en adopción a los grandes. Él sigue pensando que el asesino las conocía, y tras cometer el crimen, decidió “perdonar” la vida de los canes.