Ahora que los X-Men están de regreso en el cine, seguramente identificas al profesor Charles Xavier, uno de los mutantes más poderosos del mundo y fundador de los X-Men. Este personaje de ficción tiene el poder de la telepatía: la capacidad para leer, controlar e influir en la mente humana.Muchas personas dan por hecho que tienen este súperpoder e intentan, sin éxito, adivinar el pensamiento ajeno. Otros actúan como si supieran lo que sus congéneres piensan. Pero esto es pura fantasía, pues bien sabemos que es imposible leer la mente humana. Jugar el papel de adivino o pretender que los demás nos adivinen el pensamiento provoca confusión e impide la buena comunicación.
El papel de adivino
En la vida diaria, la lectura del pensamiento se hace evidente en frases como: “¿Para qué te lo digo si no te importa?” y “Sé lo que estás pensando: que no estoy a tu altura”. Muy a menudo, asumimos que los otros piensan cosas negativas o que tienen una mala intención. Estas suposiciones afectan la forma en que nos sentimos y actuamos. La idea de que no tiene caso invitar a una mujer a salir porque “sabe que no va a aceptar”, impide que un hombre se lance a la acción y consiga una cita. Todo porque cree percibir mágicamente lo que ella tiene en la cabeza.Cuando aseveramos conocer las intenciones y opiniones de los demás, sin confirmarlo con ellos, nos provocamos mucho estrés: “Mi jefe me asignó este trabajo para que yo quede mal”; limitamos nuestras acciones: “No aporté mis ideas en clase porque pensé que no les interesaba escucharlas”; perdemos oportunidades de construir amistades: “No platico con él porque sé lo que piensa de mí: que soy un inmaduro”. Además, al pretender leer el pensamiento ajeno dañamos las relaciones porque el otro no se siente respetado, y con justa razón. Hay también cierta arrogancia en asegurar que se conoce lo que pasa por la mente de otra persona.
No somos telépatas
Los problemas también surgen cuando, por ejemplo, la pareja espera que adivinemos su pensamiento. Puede llegar a pensar que si no le leemos la mente significa que no la amamos. Ella tiene expectativas ocultas que hay que adivinar. Seguramente ya lo has vivido: “si en verdad me amaras, sabrías lo que quiero que hagas”. Pretende que sepamos qué necesita, está convencida de que no es su responsabilidad pedir algo, pero sí la nuestra dárselo.El principal problema con esto es que la comunicación se trunca porque el otro no pide clara y directamente lo que desea, sino que espera que uno lo adivine. Esta renuencia a expresarse se basa en el temor a parecer vulnerables al expresar las necesidades y deseos abiertamente. Como es de imaginarse, esto trae mucha tensión a la relación e impide la buena comunicación.
¿Cómo evitarlo?
Verifica si lo que imaginas que el otro piensa es verdad. ¿Cómo? Simple: pregunta. Recuerda que no eres psíquico ni tienes poderes telepáticos. Actúa con base en hechos y evidencia, no sólo basado en tu imaginación. Cuestiona tus suposiciones hasta que las confirmes. Pregúntate si adivinar el pensamiento ajeno es un método de comunicación confiable y útil.Caemos en esta falla de la comunicación porque queremos tomar un atajo, evitarnos el esfuerzo y el tiempo de investigar qué pasa por la mente de los demás. Nos queremos ahorrar el esfuerzo de decir qué pensamos o sentimos y el riesgo de parecer vulnerables. Sin embargo, el “ahorro” a todas luces resulta contraproducente. Para algunas cosas es mejor recorrer todo el camino, en lugar de tomar atajos. A veces, por ahorrarnos unos cuantos pasos podemos perdernos en el camino.