Aun en las mejores circunstancias es probable que tus padres no hayan podido satisfacer a la perfección todas tus necesidades del desarrollo, sobre todo las que sus propios padres no habían cumplido adecuadamente para ellos.
Los padres hieren a sus hijos a través del dominio directo o indirecto, una conducta ambigua, la falta de respeto por sus necesidades individuales, las arbitrariedades, la total ausencia de validación, la carencia de un afecto digno de confianza, la exposición a conflictos de sus padres, la excesiva responsabilidad, la injusticia, la discriminación y las promesas incumplidas.
En ti, como en cada niño, esto crea una herida particular dependiendo de tu propio temperamento y necesidad personal. ¿Cómo se experimenta la herida? Como ansiedad: una sensación de carencia o de que algo no está bien en ti mismo. Este trauma de la infancia te acompaña a lo largo de la vida e influye en todas tus decisiones y relaciones futuras.
En la edad adulta, el miedo a volver a experimentar la sensación desagradable de la niñez, nos conduce a evitarla por todos los medios. Así, nos concentramos en satisfacer esas necesidades básicas y afectivas que nuestros padres no cumplieron. Y recurrimos a estrategias equivocadas en las relaciones interpersonales:
Si te exigieron perfección, exiges excelencia a los demás o te sometes a los requerimientos ajenos.
Si no te sentiste amado o deseado, “obligas” a los demás a amarte o desearte al ayudarlos en todo y hacer que dependan de ti o niegas tu necesidad de ser amado.
Si sólo eras apreciado por tus logros, valoras a los demás sólo si son eficientes y exitosos o te devalúas si no eres “exitoso” económica o socialmente.
Si no te sentiste valorado por ser tú mismo, rechazas las cosas sencillas o haces todo lo posible por mostrarte como alguien especial en gustos y acciones.
Si te hicieron sentir incapaz, inútil o incompetente, te concentras en adquirir conocimiento y en especializarte de manera obsesiva o te aíslas, pones una barrera entre tú y el mundo.
Si no te hicieron sentir seguro de ti mismo, intentas complacer a los demás haciendo lo que se espera de ti o no confías en tu propio apoyo y tus capacidades.
Si te sentiste abandonado, no cuidado o atendido, abandonas a los demás para huir de un posible abandono o tratas de ser feliz sin depender absolutamente de nadie.
Si tus padres o hermanos ejercieron un fuerte dominio y abuso sobre ti, dominas a los demás, abusas de ellos y los controlas o te vuelves desconfiado: “desconfía y acertarás”.
Si vivías rodeado de conflicto, provocas conflictos en tus relaciones o huyes de los problemas sometiéndote a la voluntad ajena.
Si te rechazaron, rechazas a los demás para que no tengan oportunidad de rechazarte o huyes de ellos para no exponerte a esa posibilidad.
Si te humillaron, humillas como lo hicieron contigo o te dejas humillar, es decir, adoptas una actitud masoquista: sientes que debes sufrir, asumes las culpas de todo y todos.
Es posible encontrar estrategias más adecuadas a la satisfacción de tus necesidades no satisfechas de la niñez. Si alguna de estas heridas sigue teniendo una fuerte influencia sobre tu comportamiento, actitudes y emociones, quizás es momento de sanar emocionalmente. Acércate a un psicólogo, terapeuta o consejero espiritual pare cerrar una herida que podría aún estar abierta.