“Debí haber tomado ese viaje con mi madre. De haberlo hecho, ella habría tenido la fuerza para continuar”, se lamenta un joven. “Si no hubiera insistido tanto en irme a trabajar ese día, ¿Carla seguiría con vida?”, se pregunta un esposo afligido. Una madre se lamenta de no haber puesto atención a los primeros signos de la enfermedad que llevó a su hijo a la tumba.Sin importar cómo haya muerto la persona amada, una de las reacciones más comunes ante el deceso es sentirnos culpables. Repasamos lo ocurrido, las conversaciones y nuestro comportamiento en la fase terminal de la enfermedad, el accidente o el deterioro de esa persona antes de su muerte.
Al hacerlo, nos responsabilizamos de su fallecimiento. ¿Cómo lo hacemos? Asumiendo que podríamos haber sido más amables o apoyadores, reviviendo los errores que creemos haber cometido. Algunos podrían incluso sentirse culpables de contribuir a su muerte, por negligencia o ignorancia. La mente nos juega una mala pasada en el proceso de duelo y, sobre todo, en la generación de la culpa. Por fortuna, hay pensamientos que nos pueden ayudar a lidiar con los sentimientos negativos. Aquí te presento las ideas que contribuyen a aligerar la pesada carga de la culpa y las que, al contrario, entorpecen el proceso:
No ayuda: Repasar tu comportamiento, tratando de encontrar razones para sentirte mal. Al hacerlo, te atormentas por las fallas, lo que dejaste de hacer, los agravios, las malas decisiones.
Sí ayuda: Encontrar razones para sentirte bien. Recuerda tus aciertos en la relación, lo que hiciste por el bienestar de tu ser querido, la forma en que lo honraste, las buenas decisiones tomadas. Piensa en cómo tus pequeños actos contribuyeron al bienestar o felicidad del ahora extinto.
No ayuda: Responsabilizarte por su fallecimiento. Por ejemplo, el padre de una niña podría pensar que provocó la muerte de su hija al desconocer los primeros auxilios, tardar en llamar a la ambulancia o llevar a su hija al hospital equivocado.
Sí ayuda: Entender que no eres médico. Ante una emergencia haces lo mejor con los recursos con que cuentas en ese momento. En algunas circunstancias, no hace ninguna diferencia llevar a la persona a un hospital u otro. La culpa está ligada a la intención de hacer daño. ¿En algún momento tuviste la intención, mediante tus actos, de hacerle daño a la persona fallecida? Si no es así, ¿por qué te sientes culpable?
No ayuda: Atormentarte con el juego del “¿Qué habría pasado si…?”: “¿Qué habría pasado si no le hubiera permitido salir esa noche con sus amigos?” o “¿Qué habría pasado si hubiera escogido la otra alternativa de tratamiento?”.
Sí ayuda: Aceptar que no tienes control sobre todos los eventos de la vida. Reconoce tus límites. No hay forma de prevenir algunos acontecimientos. La muerte es una de esas cosas inevitables, ineludibles e incontrolables. Soltar el deseo de controlar o cambiar eventos pasados trae paz a tu corazón.
No ayuda: Preguntarte “¿por qué?” o tratar de encontrar a quién culpar. Mucho menos te beneficia culparte a ti mismo. Pensar “no es justo que haya muerto ella a quien tanto amaba” sólo incrementa el dolor.
Sí ayuda: Entender que hay sucesos que no tienen una explicación clara y concisa, pues son resultado de diversas circunstancias. Muchas veces no hay respuesta para la pregunta “¿por qué?”. Hay que aceptar que la vida no es justa, que además de alegrías trae consigo dolor.
Espero que estas recomendaciones te ayuden a liberarte de la pesada carga de la culpa y a conseguir un mayor bienestar físico y emocional.