Iván y Marcelo se cayeron bien desde el primer día de facultad. Empataban en muchas cosas, las más importantes: la música, la literatura, la justicia social y el gusto por el alcohol.
No tardaron mucho en volverse inseparables. Desayunaban juntos, hacían sus tareas juntos y al caer la tarde, se iban de cantina por ahí. Era lo que en estos tiempos llaman un "Bromance", es decir, un bro (hermano) mance ( romance).
Es ese cariño incondicional que se tienen dos cuates y que no necesariamente los convierte en gays. Generalmente se da en chavos bugas (heteros) y tiene mucho de confidentes, de compas, de cómplices, de socios, de secretos.
Ambos bien parecidos, tenían como deporte ligar a cuanta chava guapa pasara por sus ojos. Pero, como en la película “A toda máquina" (la cinta más homosexual del cine mexicano de aquellos tiempos, 1951, con Pedro Infante y Luis Aguilar), se espantaban las novias y ninguna era más valiosa que la amistad que los unía.
Ninguna era digna del amor del amigo. Todas a la cama, a gozar, a beber, pero nada serio.
Iván y Marcelo hicieron varios viajes de investigación y congresos estudiantiles, donde siempre se les vio contentos y no era extraño saber que dormían en el mismo cuarto de hotel.
Era muy común verlos borrachos, abrazados y jurándose amor eterno entre beso y beso en las mejillas. El típico amor de compadres que inevitablemente aparece después de unos tragos.
Iván tenía una noticia que caería como bomba. Había estado en España por un mes, y conoció a Encarnación. Ambas familias habían preparado el encuentro para que los jóvenes se conocieran. El padre de Iván, sabiendo que su hijo ya estaba en edad de heredar sus negocios, ideó todo.
El viejo sabía también que su hijo corría el riesgo, de confesar algo, que en su familia no se toleraría jamás. Era mejor poner tierra de por medio.
Marcelo no podía luchar contra Encarnación, no la conocía, no sabía cuáles eran sus puntos débiles para derribarla del pedestal en que su hermano —cómplice— amigo la había colocado.
En la fiesta de despedida de Iván, Marcelo se emborrachó como nunca, y en un momento en que estuvieron solos, le pidió, le rogó, le suplicó que “no se fuera”. Y que si se iba, se lo llevara con él.
Iván nunca había visto ese brillo en la mirada de Marcelo. Tuvo miedo. Tuvo dudas. Las cosas no estaban siendo correctas. No en ese momento. Se encontró con una mirada de amor y de desesperación.
Iván y Marcelo se abrazaron muy fuerte, con mucho amor. Iván pidió muchas veces perdón al oído de un ya muy destruído Marcelo. De eso han pasado 12 años ya. Como una promesa, nunca se buscaron el uno al otro. Marcelo vive de sus recuerdos. Nunca para de hablar de Iván y de sus ratos de mucha felicidad compartida. Tiene su foto al lado de sus padres muertos. En el mismo altar. Marcelo vive solo con un perro que se llama "gato" y con un cerro de libros que lo acompañan siempre. Mira siempre por la ventana y se asoma al cielo. Cada que ve pasar un avión, lanza un beso al aire, pidiendo que vayan, y se lo entreguen a Iván.