Una sacudida, toparte con tu ex

Sexo 29/07/2016 09:07 Raúl Piña Actualizada 09:07
 

Después de hacer unas compras en el Centro Histórico, entro a tomar algo fresco y comer algo para continuar mi peregrinar e ir de aparador en aparador. 

Después de unos sorbos a mi limonada, me dedico a checar el menú para escoger algo rico y ligero. Con el rabillo del ojo, noto que alguien, a unas mesas de mí, me hace señas como para llamar mi atención. Hago como que no es conmigo y sigo en lo mío. 

 Por no dejar, miro hacia donde están las bolsas y miro para abajo por si tiré algo y esta persona me lo quiere hacer saber, pero no, no he dejado caer nada.

Georgina, quien ya se presentó antes y ahora es mi mesera, me dice que el caballero de aquella mesa me quiere saludar. Lo miro de lejos y pienso que a mi edad, se me hace chistoso que otro fulano de mi rodada me quiera ligar. Generalmente buscamos chavos más jóvenes. El hombre no se aguanta y viene directo a mi mesa.

¿Raúl?, me pregunta con semejante sonrisa y yo no puedo más que apenarme por no saber quién es.

—Soy Arturo, me dice emocionado. Y es ahí donde caigo en cuenta de quién es.

Arturo y yo nos conocimos cuando teníamos entre 25 y 30 años. "Eramos jóvenes, siempre soñábamos, todo era dicha y felicidad". Así dice la canción. Él tenía un cabello lacio, rubio, que le caía a los hombros y su sonrisa que era una invitación al pecado. 

Era delgado y tenía las nalgas más redondas y apetitosas que un ser humano pudiera tener y disfrutar. Estudiaba actuación y era bailarín de jazz, así que ya imaginarás amigo lector el cuerpecito.

25 años después, nos volvemos a ver. Ya andamos en los 50 y cachito. Ya no tiene ese cabello tan bonito. Es calvo y tiene apenas unos cuantos pelos a las orillas. Canas, tiene muchas canas. Ha subido bastante de peso y está como redondito. Las nalgas ya no se le ven porque la camisa que usa es demasiado holgada tratando de cubrir la barriga. Mientras me cuenta cosas, pretendo escuchar vagamente, veo que la sonrisa ya ha perdido brillo y esas bolsas en los ojos hablan de muchas desveladas y las arrugan no mienten. 

¡Momento! ¿Y si él está pensando lo mismo de mí? Me angustio y saco el pecho, meto la barriga, levanto la cara para no evidenciar papada, no tengo, pero siento que me creció en dos segundos. Me toco el cabello y siento alivio de que aún tengo mucho y que gracias al tinte no se delatan mis canas. Con un movimiento casi imperceptible, jalo mi celular y en la pantalla oscura busco esas arrugas que veo en él y me siento agobiado. La inclemencia del tiempo se hace presente. Ya lo dice Juanga en su rola "Abrazáme que Dios perdona, pero el tiempo a ninguno". 

Haciendo un gesto amable que más parece una mueca respondo a su halago de qué bien me veo con un "tú también".

Georgina viene de nuevo y me pregunta si voy a ordenar algo de comer y le digo que no y que me traiga la cuenta. Son minutos que parecen eternos cuando la veo alejarse con su libretita haciendo números. Me quiero ir. Ya me quiero ir. 

Hablamos de historias vividas, de tiempos pasados y de nombres de amigos en común.

Me despido de él con un fuerte abrazo y con la promesa de seguir en contacto.

Llego a mi casa y corro sin pensarlo al baño a verme al espejo. No me veo tan mal, me digo a mí mismo, y respiro agradecido de haber llegado a esta edad con un poco de dignidad.

Creo que a estas alturas, será difícil cambiar algunos hábitos, pero seguiré intentando en no dejarme caer y tratar de verme lo mejor que se pueda. Gracias a Arturo y a la sacudida que me dio nuestro encuentro.

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