Ricardo fue un hijo muy deseado. Después de cuatro hijas, llegó el varoncito y la continuidad de la sangre y el apellido. El orgulloso padre no cabía en sí de dicha e hizo muchos planes para su tan esperado vástago.
Con el paso del tiempo y cerca de la adolescencia, el niño ya presentaba un comportamiento evidentemente homosexual. Papá decidió meterlo a estudiar karate, futbol americano, luchas, algo que lo “hiciera hombre”, pero no. Ricardo quería estudiar teatro, danza, canto.
A los 16 años salió del clóset y confrontó a sus devastados padres. Habían pasado años luchando por un varón, y ahora ésto.
Padre Ricardo tuvo una idea. Hijo Ricardo inseminaría a una chica que él ya tenía lista, ella les daría un bebé y éste llevaría su sangre también. Eran una familia solvente y no fue difícil covencer a la mujer que les "rentaría" el vientre y además, renunciaría a cualquier acercamiento con la criatura si resultaba hombre. Si era niña, don Ricardo se encargaría de su educación a distancia. La fortuna estuvo de su lado, y fue un hermoso hombrecito.
¡Ricky! Se llamará Ricky, así llevará el nombre del viejo padre, y crecería como hijo de ellos, es decir, Ricardo y Ricky serían hermanos y nadie, bajo juramento, tocaría ese tema, hasta la tumba de ser posible.
Así fue. Ambos jóvenes crecieron como hermanos con una marcada diferencia de edad, pero a Ricky siempre se le dijo que había sido el “último volado”.
Después de 20 años de no saber nada de esa familia —me querían mucho—, logré ponerme en contacto con una hermana de Ricardo, y se me extendió una invitación a comer el siguiente fin de semana.
Fue un encuentro lleno de gusto, de emociones, de abrazos y de recordar anécdotas y ratos felices.
Ricardo estaba muy establecido con una pareja de 15 años y ahora es escenógrafo en proyectos culturales de la Ciudad de México. Vive como siempre quiso vivir.
Mientras me mostraban unas fotos, en las que Ricardo y yo aparecemos como actores en un par de obras de teatro, recuerdo que nadie había mencionado a Ricky, y que éste tampoco estaba con nosotros.
Lanzo la pregunta, y alguien por ahí responde que no tardaba en llegar. Nadie comentó nada más.
De pronto, escucho un portazo en el zaguán y doña madre me dice: “Ya llegó, es Ricky”.
Veo que entra un jovencito muy bien parecido, con los cabellos azules, unos audífonos enormes, pantalones pescadores, un bolso cruzado al pecho, sandalias rojas y unos lentes que de tan grandes, parecían parabrisas de tranvía.
“Tú debes de ser el amigo de mi hermano Ricardo", me dice ésto mientras me planta un beso en cada mejilla.
Volteo a ver al resto, y todos me asienten con la cabeza confirmando que sí, que es lo que yo pienso. Ricky también es gay.
Parece ser que los sueños del viejo padre quedaron frustrados una vez más, y se tiene que conformar con los nietos que le han dado sus hijas, pero que con la pena, no llevan su apellido en primer orden.
Doña madre me toma de la mano y me dice: "No puedes forzar a la naturaleza, nomás te digo que si todo esto es hereditario, entonces mi marido debe tener por ahí un cable pelado.