Acuérdate de Acapulco

Sexo 31/03/2017 05:00 Raúl Piña Actualizada 05:00
 

Hace una semana, me fui con un amigo a Acapulco, para ambos fue una gran emoción volver juntos después de casi 25 años desde la última vez. 

Yo había podido ir un par de veces, pero en plan familiar, así que me hacía falta visitar el puerto con alguien que vivió la época de gloria y que pudiera compartir algunas historias conmigo.

En el trayecto, recordamos los tiempos del famoso Gallery,  mundialmente conocido por el show travesti que encantaba a propios y extraños; se abarrotaba de turistas, sobre todo de estadounidenses, mientras que la gente local apoyaba al negocio. 

 Otra parada obligada para disfrutar las mejores noches en Acapulco, era el bar 9, sucursal del que estaba en la Zona Rosa, en la Ciudad de México, donde se reunía la ‘créme de la créme’ del jet set gay mexicano, en su terraza se podía sentir el viento y la brisa del mar proveniente de la bahía más hermosa del mundo.

Era la época del Villa Vera, Armando’s le Club, Baby’O,  Le Jardin,  Bocaccio y muchos lugares legendarios que alimentaron una historia de glamour y sofisticación, como los que ofrecían la Costa Azul, Punta del Este o Río de Janeiro a la gente ávida de alcohol, sexo y mucha fiesta.

Después de instalarnos en nuestro hotel fuimos a caminar por la costera Miguel Alemán, nombre de un veracruzano en la avenida más importante del estado de Guerrero, donde vimos que lo que en un tiempo fue la zona más gay del puerto, se cae de vieja y de sucia.

Al caminar de la Diana hacia la playa Condesa, da pena ver cómo hoteles emblemáticos de la gente de ‘ambiente’ parecen gigantes resistiendo a caer. Romano Palace, La Tortuga y el Condesa del Mar sólo viven de una sombra que apenas tímida se asoma y que parece llorar por sus mejores tiempos, que no volverán.

Bajamos a la playa —tradicional— gay y la playa Condesa es un basurero, un nido de vividores que te cobran por todo. 100 pesos por la sombrilla, 50 por la silla, te cobran de más por las cubetas de chelas, si te descuidas y te pones pedo, te meten el famoso ‘caballazo’ y acabas pagando precios que ni en un bar de lujo.

 Las famosas ‘güeras’, tres hermanas que han ahuyentado al turismo homosexual de esa playa, no dudan en transarte ‘si te dejas’.

Qué ironía que hayan corrido a la gente que les da trabajo, que les paga por sus servicios y a quien tratan con la punta del pie y con un cinismo que raya en la ofensa.

Hombres que ofrecen masajes sexuales y que de tan viejos y cansados que están, dan más ganas de invitarles unos tacos para que dejen de molestar. 

Mi amigo y yo, casi lloramos al ver cómo la playa Condesa, donde vimos a los hombres más hermosos del mundo, donde era el preámbulo a la noche, a la fiesta, al reventón, al amor, al sexo, al placer, se ha convertido en un lugar que da mucha pena visitar.

Ahora entiendo por qué la gente gay se ha ido a Puerto Vallarta, a Cancún y a otros lugares. No los culpo.

Amo a Acapulco con todo mi corazón y puedo hablar bien del resto.  Encontramos clubes de playa donde te dan excelente servicio, no hay bronca con tu preferencia sexual.  

Los taxistas,  muy amables, nuestros recepcionistas y camareras en el hotel también,  y la gente que nos sirvió comida y bebida, ni se diga. Atentos a más no poder.

De lo que no puedo hablar bien es de la playa gay. Lamento tener que decir que no se me antoja volver ahí, a la Condesa. A Acapulco, cuando quieran. Ojalá que alguien ponga un poco de atención y nos regresen la primera playa abiertamente gay en México y le devuelvan su gloria y glamour.

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