Quizá el único espacio donde las mujeres pueden tolerar gustosas un dejo de machismo es en las posturas sexuales, ya que en muchas de ellas, si la mujer no se deja llevar “y deja hacer” casi todo al otro, no se goza.
Los varones suelen gozar con las posturas extremas, es decir, en las que dominan y con las que son totalmente dominados.
Dentro de los cientos de posturas y kamasutras que existen, hay una que puede cumplir las fantasías y variación de roles de ambos, y es la llamada perrito machista.
Tiene todo de bueno, es fácil de hacer, se acopla a parejas de alturas distintas, no es acrobática, ni requiere mucha fuerza o flexibilidad, puede usarse para la penetración vaginal y anal.
Se llama así porque da la impresión de que a pesar de que el hombre machista prefiere penetrar a su pareja por detrás, no desea hacer mayor esfuerzo.
Se queda de pie, bien puesto sobre sus piernas y las manos sobre las caderas, esperando a que la mujer se coloque.
En esta postura ambos tienen control y dominio, aunque desde la perspectiva de él, es el hombre quien manda, quien erecta el pene en señal de estar listo para que ella se acerque y ponga su sexo a la altura apropiada. Él apenas deja que sus caderas se balanceen altivamente, de adelante, atrás.
Ella tiene la responsabilidad del éxito de la relación.
Para que su sexo sea directamente accesible, la mujer debe separar las piernas e inclinarse hacia adelante, apoyándose firmemente en el suelo con sus manos. Para muchas mujeres, eso requiere plegar ligeramente las rodillas, cuidando también que la vagina quede a la altura correcta porque él casi no dobla las piernas para ajustarse.
Esta postura hace que la mujer deba tomar acción, deshinibirse y moverse, además de que le permite a su hombre una vista perfecta de la penetración. Lo que además resulta excitante.
Para las pudorosas.
Para ellas, la calidad de las sensaciones obtenidas por una penetración realmente profunda recompensa con creces el esfuerzo de sacudirse el pudor. Algunas mujeres encuentran más agradable sólo plegarse hacia adelante poniendo las manos sobre sus rodillas. Así se balancean más sencillamente para provocar el vaivén en ellas. Tiene suerte de controlar el ritmo y no depender de los caprichos e ilusiones del hombre que, muchas veces, va demasiado rápido cuando se necesita lentitud para buscar la excitación en sí, y se detiene abruptamente cuando hay que precipitar el movimiento para ir con la subida del orgasmo.
Otra ventaja es que si las piernas de ella se cansan, puede ponerse de cuatro patas sobre la cama, los pies y el trasero fuera. Más o menos de cuclillas, tiene mucha más facilidad si se sitúa a su alcance. En la postura del machista, a las expertas les encanta la sencillez del juego de sus caderas y la resistencia muscular al cansancio, lo que permite tomarse su tiempo y aprovechar la variedad de las sensaciones.