La actriz rompía plaza al caminar en dirección al mítico Coconut Grove para recibir un premio de una asociación de periodistas; eran los ‘80 y lanzaba un sello de videogramas.

Ahí fue donde vi a Isela Vega por primera vez, una mujer que 20 años antes de que llegara el siglo 21, era un ícono del empoderamiento femenino. Siempre estuvo dispuesta a responder lo que le preguntaran, valiente, confrontativa y de mente muy abierta. Sabía las fortalezas que tenía y con sólo una mirada doblaba al más duro de los hombres.

No tenía límites, probó mucho y quizá de todo, nunca lo negó, fue una mujer que supo vivir bien la vida y nunca le dio la oportunidad de verla vencida por muy oscuro que fuera el momento. En el escenario, su peso era impactante, no había manera de dejar de verla.

Participó en más de 100 películas y cuando le preguntaban cuántas llevaba, sólo decía con orgullo: “no me acuerdo, son un chingo, ahí revisa, pero son más de 100”.

Autosuficiente, inteligente, guapa, alegre, con un cuerpo envidiable, Isela tenía todo para ser una diva, papel que nunca aceptó y que dejó inteligentemente para convertirse a partir de su muerte —a los 81 años— en el ícono de la mujer que todas quieren ser en pleno siglo 21.