En 1778, fue ordenado sacerdote y en 1803 se hizo cargo de la parroquia de Dolores, Guanajuato. En 1809 se unió a una sociedad secreta formada en Valladolid, cuyo fin era reunir un congreso para gobernar la Nueva España en nombre del rey Fernando VII, preso por el emperador francés Napoleón Bonaparte, y, en su caso, obtener la independencia del país.
Descubiertos los conjurados, la insurrección se trasladó a Querétaro donde se reunió con Ignacio Allende. El 16 de septiembre de 1810, llevando a su lado la imagen de la guadalupana, lanzó el llamado “Grito de Dolores” que inició la gesta independentista.
De acuerdo con los historiadores, el cura Hidalgo se preocupó por mejorar las condiciones de sus feligreses, en su mayoría indígenas, enseñándoles a cultivar viñedos, la cría de abejas y a dirigir pequeñas industrias de loza y ladrillos.
Esto le permitió obtener el apoyo de la gente quien lo siguió incondicionalmente logrando reunir un ejército formado por más de cuarenta mil personas. Guiados por el amor a Dios y a la Virgen de Guadalupe, tomaron Guanajuato y Guadalajara. Y aunque la campaña era exitosa, las fuerzas Insurgentes decidieron no ocupar la Ciudad de México.
El 11 de enero de 1811, el cura Hidalgo fue derrotado cerca de Guadalajara por las fuerzas realistas encabezadas por el general realista Félix María Calleja.
Aunque Miguel Hidalgo escapó hacia el norte con otros ilustres Insurgentes, fue capturado y condenado a muerte. Su cabeza se exhibió como escarmiento en la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. Incluso se registró que antes de morir fue excomulgado por la iglesia católica.
Tras el establecimiento de la República Mexicana, en 1824, se le reconoció como primer insurgente y Padre de la Patria. En su honor, un estado de la República (Hidalgo) y la ciudad de Dolores (Hidalgo), llevan su nombre.