“En lo más bonito de nuestra charla, ella sacó un chicle y al minuto me ofreció: ‘¿no gusta uno?’, y me extendió la mano. Tomé uno y ya casi para llegar me sentí mal.
“La pasajera notó mi malestar y me pidió que me estacionara. Ya con la confianza, le hice caso y me orillé en la lateral de Insurgentes. ‘Respire fuerte, eso le ayudará’.
“Le hice caso y perdí el conocimiento. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando desperté, estaba atrás en el taxi, en la avenida Central, detrás de los deshuesaderos.
“Estaba el coche, pero sin llantas, ni gato, estéreo, taxímetro, sin dinero, celular ni una medallita de oro.
“El lugar estaba solo, así que, como pude, pedí apoyo a mi seguro; llegó una patrulla y junto con el agente de la seguradora, fuimos a levantar el acta y el coche, lo recogió una grúa.
“Afortunadamente, no me pasó nada, pero fue una amarga experiencia. Así que recomiendo a mis compañeros que no acepten nada que le ofrezcan sus pasajeros”.
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