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Por: Rodolfo Rosales
“El chavito iba con uniforme de la secundaria y se sentó atrás de mí. Inocente de mí, todavía le dije al niño que estudiara mucho, ‘para que seas una persona de bien’.
“Dos calles adelante el pinche chamaco puso una punta en mi cuello y me pico. El papá empezó a mancharse, me pegó en las costillas, me esculcó el pantalón, me sacó el dinero, dos memorias USB, mientras me seguían picando el cuello.
“Yo estaba muerto de miedo, pensando en que me fueran a lastimar; entonces, el señor me pidió las llaves del carro y se bajó, se dio la vuelta para sacar al chamaco.
“Al estar lejos y darse la vuelta para bajar al chamaco ese, y estar a dos metros del coche, se dieron la vuelta y me gritaron: ‘¡Adiós, pendejo, no era una punta, sino este lápiz!’, luego aventaron lejos las llaves del coche y se echaron a correr. Ese ha sido el asalto más ingenioso he sufrido”, concluye Heriberto.
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