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Carlos lleva 25 años en prisión, acusado de un secuestro agravado que, según él, nunca cometió. La única prueba en su contra fue el testimonio de un ingeniero a quien debía dinero y quien afirmó reconocerlo por su perfume y voz.
El caso de Carlos es uno de los muchos que evidencian las deficiencias del sistema judicial mexicano, donde la presunción de culpabilidad parece prevalecer sobre las pruebas concretas.
Su historia comienza fuera de la cárcel, donde trabajaba como contratista en la construcción del Estadio de los Rayados y en espectáculos con artistas reconocidos como Luis Miguel y los Rolling Stones. A pesar de su éxito laboral, su vida dio un giro drástico al ser acusado de un crimen.
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El testimonio del ingeniero, que aseguraba haberlo reconocido durante un secuestro, cambió su destino. Carlos había estado en contacto con esta persona a través de sus negocios, pero resultaba ilógico que alguien a quien le debía dinero lo hubiera expuesto a tal situación. Sin embargo, sus argumentos no bastaron para evitar su condena.
Durante su tiempo en prisión, la vida de Carlos se transformó por completo. Ingresó a uno de los penales más violentos de México, el Topo Chico, en un período marcado por luchas internas entre facciones y una corrupción que permeaba todas las estructuras de la prisión. En este ambiente hostil, Carlos tuvo que adaptarse rápidamente para sobrevivir.
El tráfico de drogas y las extorsiones formaban parte de la rutina diaria. Fue testigo de motines, y la violencia era constante.
A pesar de las circunstancias, nunca dejó de cuestionarse sobre la justicia de su condena, pues la falta de pruebas contundentes y el testimonio dudoso seguían siendo los únicos fundamentos de su sentencia.
Con el paso del tiempo, el penal cambió. La violencia disminuyó y la administración del centro penitenciario mejoró, permitiendo a Carlos trabajar en la tienda del penal. Allí encontró una rutina más tranquila, lejos de los conflictos internos, y se mantuvo alejado de cualquier actividad ilegal.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por reconstruir su vida dentro de los muros de la cárcel, Carlos no dejaba de pensar en sus compañeros que, como él, cumplían condenas sin pruebas suficientes en su contra.
El dolor de la separación familiar marcó profundamente su existencia. Su hija tenía solo tres años cuando fue privado de su libertad, y hoy, a sus 16 años, la relación con ella sigue siendo una de sus motivaciones más fuertes para buscar su libertad.
La reclusión le arrebató momentos importantes, como las graduaciones de sus hijos y su presencia en las situaciones más difíciles de su familia.
A pesar de las adversidades, Carlos mantiene una visión esperanzadora. Sueña con un futuro fuera de la prisión, trabajando nuevamente en el ámbito de la construcción o el entretenimiento, donde su experiencia en el sector de los espectáculos le ha brindado un amplio conocimiento.
Su historia no es solo un testimonio de injusticia, sino también de resiliencia. La vida de Carlos, marcada por la lucha, la pérdida y la reflexión sobre la justicia, constituye un llamado a reconsiderar el funcionamiento del sistema penitenciario y los procesos judiciales en México.