Más Información
El 28 de febrero de 2003, a la medianoche, David salió del Campo Militar a tomar unas cervezas con algunos de sus compañeros. Ya en el bar, uniformado, con pistola, no pudo soportar los insultos de otro comensal. La ofensa fue insultar su uniforme.
“No me pude contener. Le saqué la pistola y lo subí al carro a cachazos, le fui pegando, ya en una desviación hacia Toluca lo bajé, pero en ese momento, cuando le dije que se fuera, se me vino encima y salió la primera bala, le di en la mano derecha, pero perdí el equilibrio, traía el dedo en el gatillo y pues detoné las dos balas más que pegaron en el tórax de esta persona”, revive David sin omitir detalles.
![penitencia.jpg](https://www.elgrafico.mx/resizer/v2/A4RZSV22MZBC3CBZJJGFDW7SNE.jpg?auth=151c055d50529b25bab21b83df9cdc529e786688e5a014289173a983962988e8&smart=true&height=620)
(Foto: Especial)
Uno de sus compañeros reportó a sus superiores los hechos, sin omitir cada elemento que lo llevaron a la cárcel civil. En el momento de su aprehensión, en su casa, aceptó los hechos y asumió que su futuro estaba tras las rejas.
Preso en dos diferentes penales, ha vivido una transformación profunda resultado de muertes, ajustes de cuentas, adicciones y, lo más doloroso, no ver a sus hijas.
El David que podría estar muy pronto en la calle, libre, sabe que ha perdido todo en 21 años de reclusión. El orgullo, la dignidad. Las adicciones fueron una parte que terminó de hundirlo, de obligarlo a “tocar fondo”.
Tras las rejas, se tuvo que ganar el respeto con los puños, defender lo suyo, aunque esto significara dejar a un hombre en coma solo a golpes.
Pero aún en prisión, alguien creyó en él. Fue elegido por las autoridades del penal para convertirse en mediador, algo así como un negociador que les ayuda a interceder con otros presos en momentos de crisis.
Es un David opuesto al que entró: bravo y arrogante; porque ahora sabe dialogar, convencer, inhibir la violencia de sus compañeros.
—¿Y qué sigue para tu vida allá afuera? —Pues echarle ganas con lo que he aprendido aquí, a cocinar, trabajé en carpintería dos años y sé hacer una cama, un clóset, muebles, aquí he estado a cargo de la cocina, he hecho la alimentación para cinco mil personas, entonces he aprendido también cosas buenas.
—¿A quién de tu familia vas a buscar cuando salgas? —A mis hijas. A las dos. Quiero que me perdonen. A la mamá de mis hijas para decirle ‘gracias’. Mientras tanto, a esperar.
David, dice Saskia, es un exmilitar que ejerció la prepotencia de primera mano. Hoy, 21 años de cárcel después, entiende que le ganó la juventud, la prepotencia, y que hubiera hecho las cosas diferentes.