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La historia de La Víbora: De líder de secuestradores a hombre marcado por el arrepentimiento

Modesto Vivas asegura que no piensa en las víctimas, pero su relato lo contradice 

 

La historia de La Víbora: De líder de secuestradores a hombre marcado por el arrepentimiento

(Foto: Especial)

Historias 06/01/2025 10:07 Redacción Actualizada 10:07
 

Modesto Vivas, conocido como “La Víbora”, lleva años en prisión cumpliendo múltiples sentencias por secuestro, un delito que él mismo describe como “un acto bien cobarde”. Su historia está marcada por una infancia traumática, decisiones erradas y el impacto devastador de su vida delictiva en su familia y víctimas.

Vivas creció en un entorno difícil. Perdió a su padre a los 8 años y quedó bajo el cuidado de su madre, junto con cinco hermanos. La violencia y las tensiones familiares moldearon su carácter, llevándolo a involucrarse con el crimen desde una edad temprana. 

A los 19 años participó en su primer secuestro junto con un amigo, Heladio. Según cuenta, su evolución en el mundo del secuestro fue un camino progresivo y oscuro, alimentado por la necesidad de poder y la búsqueda de reconocimiento.

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En los años 90, Vivas encabezó una banda de secuestradores que estableció un patrón de control sobre sus víctimas. A pesar de la violencia inherente al delito, afirma que establecía límites: “Ni mujeres, ni niños, ni ancianos”.

Sin embargo, sus acciones afectaron profundamente a las personas que capturaba, a sus familias y, eventualmente, a la suya propia. Reconoce haber causado un daño irreversible: “Le rajé la madre a toda mi familia por estar aquí”.

Vivas fue detenido por primera vez en 1994, acusado de múltiples secuestros. En prisión, compartió espacio con otros delincuentes notables como Canchola y Caletri. 

Fue durante su tiempo en el Reclusorio Oriente cuando participó en una de las fugas más famosas de la época. Junto con otros 12 reclusos, planificó una fuga usando una escalera y cuerdas hechas con sábanas. 

Aunque lograron escapar, esta acción marcó el inicio de un periodo que él mismo llama “la era del terror de los secuestros”.

A pesar de su aparente frialdad, Vivas muestra momentos de reflexión. Se conmueve al recordar historias en las que las víctimas no fueron devueltas a sus familias, aunque también admite: “No pienso en las víctimas”. La contradicción en su relato refleja a un hombre que lucha con la culpa y el arrepentimiento, mientras reconoce que sus acciones destruyeron tanto su vida como la de otros.

Tras su última detención, Vivas fue enviado al Altiplano, donde pasó largos periodos en aislamiento. Fue en prisión donde aprendió a leer y escribir, algo que describe como una pequeña victoria personal. Sin embargo, su arrepentimiento es evidente: “Me arrepiento porque eché a perder mi vida, yo solito me la corté”, confiesa.

Hoy, Vivas no sabe si saldrá con vida de prisión, pero asegura que, de hacerlo, buscaría un lugar donde nadie lo conozca y abandonaría el crimen. Reconoce que un perdón nunca será suficiente para sus víctimas, pero su historia es un recordatorio del impacto devastador del secuestro y de cómo el arrepentimiento llega demasiado tarde para reparar el daño causado. “Solo yo sé lo que hay”, concluye, dejando entrever el peso de su conciencia. 

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