Querido diario: Hacía mucho que no me encontraba a un hombre con tantas ganas de coger. Estaba tan cachondo que no podía más. Me contó su historia. Resulta que hace un año enviudó y se prometió a sí mismo guardar luto a su ex esposa durante más de un año.
—Fue el maldito cáncer —Me contó. Eran una pareja joven, con dos hijos chiquitos y ella se fue tan rápido, que en medio del dolor se hizo esa promesa.
Pero no se trataba sólo de no coger. Ni siquiera pudo masturbarse durante 13 meses. Puso ese tiempo, para que su “liberación” no coincidiera con el aniversario luctuoso, por purito respeto. Has de imaginar lo caliente que estaba cuando llegué a su puerta.
Yo que juraba que mi falda iba a caer al suelo, tuve que soltar un grito ahogado cuando él me la subió hasta la cintura, revelando la redondez de mi trasero al aire. Estaba tan ganoso, que no se iba a entretener quitándome la ropa.
Al besarme, soltó un ruidito de puro gusto que me hizo morderme el labio a mí, entusiasmada con esa muestra de atracción de su parte. Me cubrió las nalgas con ambas manos entonces. Alcancé a sentir crecer su erección, y temí que fuera a atravesarme.
No obstante, lo que hizo fue separarme las nalgas hasta el máximo de su capacidad, provocando que el aire me recorriera aún más por sobre el canal húmedo y apretado que reposaba justo allí. No pude sino morderme el labio inferior mientras él me tentaba sin piedad, masajeándole las nalgas con una pasión desbordante.
Al final, terminó retirando la breve tira de la tanga que me cubría la vulva, y a continuación la reemplazó con su aliento caliente y la diligencia de su lengua. Él me sujetó por las caderas para asegurarse de que no iba a huir, por lo que me quedé inmovilizada y ardiente. Cada nuevo roce de su lengua era un gemido en cascada de mi parte.
Justo cuando las piernas comenzaban a fallarme, mi acompañante se levantó del suelo para ponerse de pie detrás de mí. Yo espié toda la situación con los labios separados gracias a mi respiración agitada, y lo vi enchufándose el condón con la misma sonrisa lujuriosa que habíamos compartido antes, cuando recién nos desvestíamos de la cintura para arriba. Yo meneé el culo con anticipación en ese momento, haciéndonos reír a los dos. Él me sujetó por la falda para mantenerme en mi lugar.
En ese momento me penetró lentamente, haciéndome sentir un delirio, cuando ese rifle cargado al tope se metía entre mis piernas. Mis piernas volvieron a llenarse de electricidad, y las cosas empeoraron cuando él comenzó a darme por detrás en una tanda de estocadas cortas y duras.
Me apretó entonces por la cintura y se clavó hasta el fondo, dejando de moverse, pero sentí cómo de su miembro salía, a toda presión, una cantidad impresionante de chorros blancos. Fue un orgasmo gigantesco, delirante.
Hasta el martes, Lulú Petite