Chiquito, pero bien picoso
(Foto: Archivo, El Gráfico)
Querido diario: Era un hombre joven y no muy alto. De aspecto amable y tranquilo, de esos que parecen fáciles de llevar, dóciles, pero resultó con carácter al momento de tomar el timón en el amor.
Después de una breve charla, manteniendo ese comportamiento de hombre tranquilo, comenzamos a besarnos. Apenas puso sus labios en contacto con los míos se transformó.
Me tomó con firmeza de la cintura y bajando su mano hasta hacerse con ella de mi nalga izquierda, se me acercó y me dijo al oído cómo quería que se la chupara. Me ordenó me sentara con una caballerosidad, pero con una autoridad, como de sultán, que no me quedó más que obedecer.
Justo frente al borde de la cama, se puso de pie y mantuvo las riendas del asunto. Yo acababa de forrarle la erección con un condón, y lo inesperado de sus movimientos me tomó por sorpresa.
No voy a mentir: este despliegue de autoridad y deseo me inundó la cara interna de los muslos con un nuevo chorro caliente de flujo, y me encontré gimiendo bajito mientras él me dirigía, más con ademanes que con palabras, a sentarme en la orilla de la cama. De frente a mi compañero y a su entera merced, me abrí de piernas sobre y le permití que se cogiera mi boca tan duro como quería. La habitación del motel se nos llenó del ruido que hacía su pieza al enterrarse entre mi saliva, que lo estaba ayudando a entrarme más hondo cada vez, y del jadeo constante de su respiración agitada cada vez que penetraba entre mis labios abiertos. Yo lo miraba fijo desde abajo, pestañeando de a ratos por puro reflejo, pero deshecha en los gemidos que se me escapaban en medio de esta cogida tan rica.
Con las nalgas bien clavadas en la cama, me afané en jugar con mis pezones paraditos mientras él se encargaba de rellenarme la boca con su miembro.
Mi acompañante fue retrocediendo entonces, apenas le bastaron unos pasos para dejarse caer sentado, a mi lado, en la cama. Me trajo con él bien sujeta por el antebrazo, y yo me arrastré de rodillas hasta posicionarme entre sus piernas abiertas. Le sonreí mientras exhalaba fuerte por la nariz, inhalando luego con ímpetu mientras me dedicaba a frotarle la pieza de arriba abajo con una mano. Como sé que uno de los puntos débiles de los hombres es la carne de sus muslos, le recorrí el izquierdo con una caricia larga que lo obligó a tensar las pantorrillas.
Encantada y caliente, me abalancé sobre él con un rápido salto. Me sujeté primero a su cara y luego a sus hombros, mientras él se entretenía mordisqueándome y chupándose mis labios. Con una mano metida entre los dos, nos ubiqué para que la punta de su miembro me penetrara despacio, de manera que me dio oportunidad de balancear las caderas de adelante hacia atrás. El pecho se me hundió con un espasmo, y los antebrazos comenzaron a hormiguearme de placer.
El roce de su pieza, que quedaba apretada entre mis paredes húmedas, yo le rodeé las caderas con las piernas. Solo entonces me entregué a ese ritmo duro y rápido con él quería adueñarse de mí.
Hasta el jueves, Lulú Petite