Querido diario: Mis pies quedaron al aire mientras, arrodillada casi al borde del colchón, Paquito, mi cliente, se encargaba de embestirme por detrás. Me tenía arqueada en una C invertida que mi espalda se esforzaba en dibujar, al tiempo que me sujetaba con una mano entre la garganta y la barbilla. En una de esas alzó el pulgar hasta mi boca, y yo chupé desesperada mientras ese dedo se llevaba una buena tajada de mis gemidos.
Paco es un hombre muy divertido. Bajito, flaco, de sonrisa alegre y ojos pizpiretos. Treinta y tantos años, con una incipiente calvicie, huele delicioso y viste impecablemente. No me llama muy a menudo, pero me emociono cuando lo hace porque (aquí entre nos) coge delicioso.
Nos besamos mientras la carne de sus caderas chocaba con mis nalgas y resonaba por toda la habitación. Las embestidas que Paco se mandaba contra mí me tenían la piel de los glúteos vibrando, y el sexo encendido por la fuerza de la fricción entre su miembro y mi carne ardiente. Me liberé de la prisión de su mano para aterrizar sobre mis dedos puestos sobre las sábanas, ahora soportando una ronda fuerte de estocadas que me pusieron a gimotear en cuatro. Los dedos largos de Paco se me enterraron en las caderas, pero aún así lo único que yo lograba sentir era ese ir y venir de su miembro adentro.
De pronto me tumbé de lado, y él se encargó de acomodarme como más le gustaba con una mano presionando en mi muslo para mantener mi entrada abierta y disponible para él. Recibió el cambio de posición con un siseo de placer, acariciándome la pierna de la pantorrilla hasta arriba mientras se introducía en mí lentamente.
Era una pausa que me llenó de expectación, porque eso significaba que luego venía una cogida de las duras. Así que me entregué a este intermedio con el cuerpo tembloroso y lleno de ganas,
sonriendo al pensar en lo que me tocaría después. Pícara, me zafé de su agarre para recostarme con la cabeza en su dirección, y él bajó la rodilla que apoyaba sobre la cama para mirarme desde arriba. Mirándole al revés, cerré los ojos por reflejo cuando él empezó a dejarme una secuencia de golpecitos en los labios cerrados, obligándome a abrirlos nada más para paladear mis propios jugos de esa pieza.
Le bastó con chocar con mi lengua un par de veces para ser incapaz de resistirse: de inmediato me penetró la boca hasta donde tuvo espacio. Yo abrí las piernas sobre la cama y comencé a tocarme, tal vez innecesariamente, porque en este punto del partido ya nada me traía tanto placer como tenerlo a él adentro. Sin embargo, me recorrí los labios hinchados con el dedo medio, tanteándome el clítoris mientras él se dedicaba a entrar y salir de mi boca apretadita y caliente. Creo que lo que más me estimulaba, aparte de tenerlo bien enterrado en mi boca, era la vista con la que contaba yo desde allí. Paquito tenía una mano en su vientre, y se lo acariciaba ya ido, perdido en el placer que mi lengua le traía. Moví un poco mis dedos alrededor de mi clítoris. En cuanto sentí que él empujó su palo otro poquito más hacia adentro de mi garganta, un orgasmo fulminante me explotó en el vientre.
Quise gritar, pero la mordaza de su miembro me silenció y apenas pude soltar gemidos, empuñar las sábanas, sentir el alud de electricidad que hacía que mi cuerpo experimentara un placer inaudito.
Paquito, Paquito. ¿Por qué no me llamas más seguido? ¡Carajo!
Hasta el martes, Lulú Petite