Querido diario: Si me hubieran preguntado en ese instante qué prefería, si arriba o abajo, mi respuesta habría sido: mil veces arriba. ¡Que nadie me baje de aquí! Sonreí por este chiste interno, pero también por la amalgama de sensaciones nuevas que me estaban invadiendo el vientre y la espalda de espasmos.
No lo habría imaginado de Juan, mi cliente. Un hombre bajito y delgadito. Tan tímido, que parecía incapaz de espantarse una mosca de la nariz, pero a la hora de coger, resultó una fiera. Él, debajo de mí, no llegó a ver mi sonrisa porque estaba ocupado comiéndose una de mis tetas. No me quejaba, la verdad. Era allí donde pertenecía.
Tenía una mano suya abierta en mi espalda, de modo que las embestidas que me mandaba arriba de su cuerpo eran cortitas, pero profundas. Él estaba ocupado con mi pezón derecho ahora, pero de vez en cuando se daba un paseo escalofriante con la lengua por entre mis senos erizados, que me dejaba retorciéndome arriba de él. Y es que me dolía un poco. Esa profunda punzada de placer que me quemaba el monte de Venus venía de allí, del contacto directo con las mejores partes de su cuerpo, que ponían a vibrar al mío al máximo.
Lo que se ganó fue que lo cabalgara con furia. Su boca me liberó para darme esta autoridad y lo oí jadear desde abajo, mientras me observaba montar su miembro con el hambre que él había despertado. Me mordí el labio inferior, aun así se me vio la sonrisa a la que mi compañero correspondió con un apretón en las caderas. Lo vi cerrar los ojos, disfrutando del ritmo, y yo misma me eché hacia atrás con la espalda erguida y los párpados caídos, con profundas ganas de correrme hasta la saciedad.
Tendría que esperar un poquito más para eso. Él quiso tomar la batuta, me agarró por las nalgas para tumbarme en la cama y la caída repentina en ese embrollo tibio de sábanas y sexo, me robó el aliento un instante. Lo siguiente que me dejó incapaz de respirar fue su boca contra la mía. Nos besamos como si estuviéramos en plena lucha. Fue un beso largo, cargado de tensión y una cantidad riquísima de lengua. A mí los besos así me mojaban una enormidad. Me quedé tan excitada debajo suyo que comencé a gemir, incluso cuando aún no me tocaba nada más que los labios, y me parece que esto lo incitó a regresar prontito al lugar tibio y húmedo entre mis piernas.
Juan enredó mis pantorrillas en sus caderas, luego de acomodarse en mi entrada y me la metió de un sablazo. De ahí todo fue un jaleo tremendo. Lo podía oír jadeando contra mi oreja cada vez que se hundía en mí y la desesperación me llevó a enterrarle las uñas en la espalda. Gemía yo, estaba llena de placer, pero también de alivio. Cuánta falta me hacía que me cogieran de ese modo.
Hubo una breve pausa en mi goce, porque él decidió imponerla. Se salió de mí pese a mis protestas, aunque cuando me apaciguó con besos en la mandíbula y la promesa de que me gustaría lo siguiente, pudo más mi curiosidad.
Lo vi bajar con los labios por entre mis tetas, pero fue cuando por fin alcanzó la línea de mi ombligo, que se me estremeció el abdomen con un pequeño sismo. ¡Demonios! Nada supera la sensación de una boca experta y caliente directamente presionada contra mi vagina. Me hizo venir como loca y luego me la volvió a meter y, cuando él llenó el condón, yo me sentí de nuevo explotar, en el mar de la locura ¡Qué orgasmos Juan!
Hasta el jueves
Lulú Petite