Querido diario: Eres gracioso. Hacía tiempo que no nos veíamos, así que teníamos mucho de qué hablar, pero tú querías coger, así que cuando más entrada estaba hablándote, te acercaste y me callaste con un beso.
Me llamaste para coger, no para hablar. Lo comprobé cuando toqué tus muslos y me encontré con tu miembro erecto bajo el pantalón. Lo apreté con fuerza y gemiste. Comenzamos nuestro juego.
Eres masoquista, te gusta que, al hacerte el amor te lastime un poco, así que apreté más fuerte, mientras seguía besándote. Te ordené que te desnudaras y te di una cachetada para que lo hicieras rápido. ¿Recuerdas la primera vez que me pediste que te golpeara? Me daba miedo, no quería lastimarte y lo hacía muy quedito. Poco a poco entendí que así te gusta jugar, que en el amor prefieres obedecer, que cuando dices que te gusta que te pegue, no quiere decir que te lastime seriamente, pero sí que debe dolerte. Una cachetada debe tponerse, al menos, colorada, para que la disfrutes.
Te desnudaste rápido. Cuando sentía que te atorabas te daba un manazo en la espalda, en las nalgas, en las mejillas. Te ordené que te acostaras y me senté en tu cara, exigiendo que me lamieras. Debías beber mis jugos, mientras yo apretaba tu sexo y tus bolas con una mano y te jalaba el cabello con la otra. Lamiste mansamente, sabes hacerlo, eres un esclavo eficiente. Cuando sentí el orgasmo te felicité, por ser buen chico. Era hora de darte tu premio.
Bajé repartiendo besos por tu cuerpo, tu cuello, tu pecho, tu vientre. Tú no puedes tocarme, tus manos deben permanecer inmóviles a tus costados, si me tocas, se acaba el juego. Tomé tu sexo y empecé a jalarlo. Se puso duro de inmediato. Lo jalé rápidamente y un chorro de leche salió disparada hacia el techo, haciendo un arco y cayendo en tu pecho. Te pasé unos kleenex para que te limpiaras... entonces pudimos charlar.
Hasta el martes, Lulú Petite