Querido diario: ¿Te he contado de Derek? Es un cliente gringuito. Vive en San Miguel de Allende, pero a veces, se da una vuelta por acá o nos vemos cuando voy a León o a Querétaro. Es un caballero retirado, güero tirándole a rojizo, de cabello blanco, ojos azules y una sonrisa encantadora. Tendrá unos sesenta y tantos años. Habla un español atropellado que se me hace muy sexy a la hora de coger.
Ayer vino a visitarme. Le esperé sentada al borde de la cama, encantada con la libertad que me proporcionaba el estar ya desnuda y lista para recibirlo. Nos mirábamos con deseo mientras él se colocaba el preservativo. La verdad es que me fue un poco imposible sostenerle la mirada. Terminé fijándome en la longitud de su pieza, tan apetecible que la respiración se me espesó en un instante. Tiene una bonita herramienta.
Él pareció verse estimulado por mi deseo evidente, porque avanzó con confianza para tomarme por el brazo y jalarme hacia él. Me gustaba que aplicara la fuerza justa, sin hacerme daño, con el objetivo de acercarme hacia su pieza, la cual sostenía en alto a la altura de mi rostro. Sin dudarlo ni un instante la acogí entre mis labios abiertos, procediendo a arroparla entre los movimientos de succión que propiciaban mis mejillas.
Mi cara iba subiendo y bajando al mismo tiempo que me chupaba su pene, y fue un placer verle echar la cabeza hacia atrás de tanto placer que mi lengua le causaba. Me di cuenta de que le estaba mermando todas las defensas en lo que sentí que me soltaba el brazo. Derek me dejó todo el poder a mí y, gustosa, continúe mamándole cada centímetro de carne.
Me retiré del todo un momento después, alargando la despedida con una chupada lenta y sentida que me hizo sonreír por la reacción que él me dio. Lo vi apretar los puños suspirando de placer y aterricé sobre mi espalda con una risita satisfecha y juguetona. Él también parecía bastante entretenido. Ahora su pene estaba el doble de grueso que antes, y yo no podía esperar a probar mi creación de primera mano. Acomodándome acostada sobre la cama, le permití a él jugar con la posición que adquirían mis piernas. Derek parecía tener una idea muy clara de lo que deseaba, ya que me agarró por los tobillos para abrirme a su gusto.
Terminé apoyando uno de mis tobillos sobre su hombro, y él encontró el camino fácil hacia mi sexo con una sencilla y lenta estocada que nos llenó de cosquillas a los dos. Yo cerré los ojos disfrutando en demasía de ese primer roce de su pieza que me separaba la vulva en dos, expandiendo mis paredes para acogerlo hasta muy adentro. Él quedaba muy apretadito adentro, y me tomó por las caderas para voltearme sobre mi estómago.
Si pensaba que de aquella manera me tocaba en las profundidades de la vagina, en lo que me puso en cuatro pensé que iba a revolucionarme el tamaño del espacio adentro de mí. Dios mío, me llegaba tan profundo que mis quejas se convirtieron en gritos, y gimiendo así fue que todos se enteraron que ya me estaba viniendo.
—Bye, bye honey— Me dijo cuando se despidió. —Bye, bye baby- Respondí, deseando que vuelva pronto.
Hasta el jueves,
Lulú Petite