Querido diario: La vida al revés pintaba grandiosa, especialmente si mi vista consistía en un par de piernas desnudas caminando hacia mí. En ese momento, me reí tanto de placer como por instinto, encantada con la naturalidad de mi posición sobre la cama. Estaba recostada sobre mi espalda, permitiendo que mi cabeza colgara a uno de los bordes de las sábanas, y mientras esperaba por mi cliente, me dedicaba a acariciar la cara interna de mis muslos abiertos. Tenía las piernas separadas y flexionadas sobre el colchón, como esperando por un tercer compañero que no estaba con nosotros. De solo pensar en lidiar con dos al mismo tiempo, un estremecimiento me recorrió la columna vertebral. Alguna vez, en mis tiempos más alocados, llegué a hacerlo. Ahora no. Ya no es un servicio que daría, pero como fantasía que me vino a la cabeza, me puso más cachonda. Mi cliente terminó de enchufarse el condón y se acercó con una sonrisa pícara.
Terminé alojando la mitad de su pieza contra mi lengua, al tiempo que él empujaba en dirección a mi garganta y se sostenía de mis tetas a dos manos. Eso de que me cogieran la boca me calentaba, pero muchísimo. Los ruidos que salían de mí se mezclaban con los de él, cosa que empeoraba lo agitada que estaba ya mi respiración. Qué impaciente me sentía por tenerle adentro de una buena vez.
Entonces me vi arrastrada por sobre las sábanas, lo que me hizo soltar un gritito de sorpresa que se convirtió en una risa nerviosa. Mi cabeza quedó de nuevo como al principio, a la orilla de la cama, viendo de cabeza el espejo. Me mordí el labio inferior, en cuanto la sorpresa fue reemplazada por la sensación ardiente de su miembro penetrando adentro de mí. Me arqueé por instinto, queriendo espiar en el espejo el momento de nuestra unión, y la vista que tuve no me decepcionó. Estaba tan mojada que él se pudo empujar hasta el límite de nuestros cuerpos; me tenía con las piernas abiertas en V, sosteniéndolas en alto y flexionadas para poder estrecharse contra mí.
Me dejé llevar con los brazos estirados hacia arriba, más allá de mi cabello que se desparramaba sobre las sábanas, respondiendo a cada estocada suya con un gemido alto, claro y sentido.
El placer me iba subiendo por las piernas, aglomerándose en mi vientre tenso que se ponía cada vez peor cuando mis ojos caían sobre la imagen de él, de cabeza reflejado en el espejo, sus músculos, tensándose para penetrarme una vez más. Ese roce caliente y delicioso de su miembro rígido contra las paredes de mi vagina era simplemente glorioso. Cuando me llegó el orgasmo ya no sabía dónde quedaba el suelo y dónde el cielo.
Hasta el martes, Lulú Petite