Querido diario: Esa noche terminé recostada sobre su regazo, con el ombligo pegado a sus muslos y mi falda alzada hasta la cintura. También tenía una de sus manos bajándome por la curva de las nalgas, al tiempo que sus dedos me tanteaban la entrada que él ya se había encargado de mojar. José es un buen cliente. Conoce mi cuerpo y sabe cómo calentarme. Nos vemos de vez en vez. Cuando le va bien en algún negocio, lo celebra encamándose conmigo.
En ese momento me lamí los labios satisfecha. Me gustaba eso de estar ahí tumbada, completamente a su merced. Comenzó tanteándome los labios repletos de jugos, primero con el dedo medio y luego con una combinación del índice y el anular también. Sus dedos iban penetrándome lentamente. Los acogí adentro con un gemido, separando los labios despacio a medida que me atravesaban. Él me penetró con el anular y el del medio hasta la mitad, y luego se dedicó a bombear dentro y fuera de mí con un ritmo que me puso a temblar de las rodillas para arriba.
Por instinto, terminé levantando el culo todavía más, tratando de encontrar un apoyo con las pantorrillas sobre la cama. Lo cierto es que sólo buscaba entregarme. Mis caderas se dispararon hacia arriba con entusiasmo, buscando esa cogida fantástica que mi cliente me estaba dando con los dedos. Era delicioso sentir cómo las paredes de mi sexo se cerraban alrededor de su mano, y se puso todavía más interesante cuando la erección de este hombre comenzó a rozar contra mis costillas.
Era un buen combo aquello, no pienso mentir. Un gemido más alto que los otros se me escapó cuando se salió de mí un instante para palparme el clítoris hinchado. Finalmente me dio una de las más suaves nalgadas que me han dado, todo para hacerme levantar de ahí. Entonces quedé sentada al borde de la cama, con el sexo húmedo y ardiente mientras él se ponía de pie frente a mí.
—¿Se te antoja? —me preguntó con una sonrisa desde arriba, dándose en la pieza, que preparaba para el condón.
—Sí —le dije con impaciencia, mostrándole los dientes en una sonrisa amplia. Luego me agarré a sus nalgas, y abrí la boca en O para que enchufara su miembro.
Ahí me encargué de comerme toda su longitud desde la cabeza hasta el nacimiento, paladeando su carne caliente mientras me palpitaba contra la lengua. Su pene estaba grueso y surcado de venas ya, y parecía que lo único que hacía en mi boca era crecer.
Él se retiró de mi garganta en medio de mis leves quejas de ahogo, y ahora él tomó el mando para indicarme que me pusiera en cuatro al borde de la cama. Arqueé la espalda ante la primera embestida, en la que él se asomó entre las paredes de mi sexo con la cabeza de su miembro, lentamente y sin previo aviso. Qué lista y mojada estaba para él.
—¡Cógeme! —le rogué.
Hasta el jueves, Lulú Petite