Querido diario: En ese momento me encontraba arriba de él, con las piernas abiertas y las rodillas bien posicionadas a cada lado de su cuerpo. Diría que lo tenía a mi merced, pero con esas manos enormes suyas, sabía que los roles podían cambiar en cualquier momento.
Esperaba además que cambiaran. Es más, lo deseaba. Pero aún no, porque me quedaban cosas por hacer, y él parecía querer lo mismo.
Así fue como terminé bajando por su pecho. Nos habíamos estado besando, desnudos ya sobre la cama, y sus dedos largos se habían quedado quietos en mi espalda. Yo misma pausé el beso largo y húmedo que compartíamos para chuparle los labios despacio, con paciencia, y luego multipliqué esos besos a través de la línea de su mandíbula. Él tensó el agarre que tenía en mi cintura, pero lo relajó de inmediato para darme la libertad de bajar por su cuerpo. A medida que iba recorriéndolo con la sola ayuda de mi boca, los ruiditos que salían de la suya eran más notorios, más deliciosos al oído. Fue un placer oírlo gruñir y suspirar cuando mi lengua le dibujó espirales sobre una tetilla.
Por fin alcancé la línea de su ombligo, y estando allí tan cerca, tanteé la cama hasta dar con el preservativo. Lo abrí. Mi pecho subía y bajaba al ritmo de lo agitado de mi respiración, y él aprovechó para acariciarme los muslos desnudos.
Yo le sonreí mientras colocaba el condón en la punta de su erección, y después de forrársela hasta la base, cogí una de sus manos directamente de mis piernas para besarle la palma. Luego tuve que soltarla, porque había llegado mi momento de seguir bajando.
Arqueada como una gatita, me ubiqué con la cara cerca de sus testículos. Él gimió cuando por fin abrí la boca y me dediqué a chupar una de sus bolas. El testículo derecho desapareció contra mi lengua, y mientras lo succionaba, mi mano no tenía descanso en eso de ponerle la pieza rígida. Seguí masturbándolo mientras me devoraba a lamidas esa piel sensible que le recubría el saco. Qué manera de mojarme que tenían sus reacciones. Me excitaba muchísimo oírlo gemir y quejarse.
No esperaba que se incorporara de pronto, pero lo hizo advirtiéndome que estaba por venirse. Tuve que soltarlo mientras sonreía, al tiempo que él se encargaba de cambiar los papeles tal y como había supuesto yo. Los dos respirábamos agitadamente cuando me tomó de la cintura, reclamando mi boca con la suya. A ciegas me acomodé arriba de él, si estaba muy ocupada explorando los recovecos de su lengua, además de la suavidad de sus labios cuando me daba por morderlos. De todas maneras, la ubicación de mi cuerpo también corrió de su parte. Todo lo que quería yo era tenerlo adentro ya de una vez, poco importaba la posición que eligiera.
Entonces terminé sobre mi espalda, acorralada entre la cama y ese hombretón de hombros anchos que se me vino encima. Abrí las piernas para recibirlo mientras nos besábamos aún, y el grueso de mis gemidos se lo llevó su garganta cuando por fin me penetró con fuerza. Entró en mí empujándose hasta el fondo sin contemplación. Yo me arqueé en sus brazos, gimoteando con cada estocada que sólo me ponía más y más húmeda para él. Ahora que lo tenía donde quería, poco iba a poder hacer él para escapar.
Hasta el jueves, Lulú Petite