Querido diario: El sexo es, quizás, una de las experiencias más gratificantes que tenemos en la vida. El amor, cuerpo a cuerpo, la adrenalina, el intercambio de caricias, de fluidos, de pasión. Hay pocas cosas que puedan igualarse a la sensación tibia de un cuerpo caliente buscando invadirme todos los rincones a como diera costa, de meterse en mí, de buscar su propio placer, provocando el mío. No hay complicidad más genuina, en la que dos busquen recibir, dando. El sexo es maravilloso.
Por eso fue que recibí con un gemido de placer el avance de Juan Luis, mi cliente en turno, cuando me cogió por la cintura con una mano en mi abdomen, para pegarme piel a piel contra su pecho. Yo le daba la espalda, pero aún así parecíamos encajar como dos piezas de un rompecabezas.
No es que me guste ser escort. Este oficio tiene muchas dificultades, pero me gusta coger. No todos los clientes son disfrutables, pero en la mayoría de los casos sí y cuando vas al trabajo esperando pasarla bien, te dejas llevar y lo disfrutas. Al menos así lo hago yo y, con Juan Luis, iba de maravilla.
Le tomó tan solo unos segundos colocarse el preservativo, mientras mi pecho agitado subía y bajaba con la expectación del momento. Justo después, él mismo me separó los muslos para hacerse un espacio dentro de mi sexo, en el cual encajó con la presión suficiente para hacernos gemir a los dos. El grosor de su sexo enterrado en mí hizo que mis caderas se prendieran en fuego, poniéndome a gemir de placer mientras me dilataba más para acogerlo.
Juan Luis estaba de paso por la ciudad, me había leído en Twitter y, aprovechando su visita, decidió llamarme. Es de Tabasco, como a hora y media de Villahermosa.
Comenzó a empujarse dentro y fuera de mí con un vaivén duro y marcado, que me tuvo gimiendo contra mi almohada, sintiendo la cabeza de su sexo chocando con la pared más recóndita de mi vagina.
Juan Luis terminó arrodillándose frente a mí, abriéndome todavía más de piernas para estimularme el clítoris con el pulgar. Mi espina dorsal se arqueó ante la deseada intrusión, haciéndome gemir al mismo tiempo que me mordía el labio inferior. De repente la visión de su pene entrando y saliendo de mí fue demasiado. Necesitaba sentirlo en mi boca también. Mentiría si dijera que no buscaba, en realidad, prolongar el momento todo lo que se pudiera.
Así fue como terminé escurriéndome fuera de sus manos, lista para adoptar una posición en cuatro que me dejara a la altura de su pelvis. Descendí con besos húmedos por el camino imaginario de su ombligo hasta el principio de su pene, en donde no dudé en trazar un pequeño dibujo con la punta de mi lengua. Quería que me cogiera la boca de inmediato.
Obtuve lo que deseaba unos segundos después, cuando él mismo se agarró la pieza por la base y me la enchufó en los labios entreabiertos. Mirándole desde abajo, abrí la boca muy bien para acogerlo entero, sin reservas, iniciativa que él aprovechó de buena gana.
Él notó cuando el orgasmo reventó en mí, porque como respuesta, un chorro a propulsión llenó el condón en mi boca. Lo sentí golpearme la lengua. Delicioso.
Hasta el martes, Lulú Petite