Querido diario: A algunos hombres les gusta ser dominados en el sexo ¿Sabes? No me refiero a cuestiones sado, con golpes fuertes y esas cosas que, aunque también existen, no están en mi repertorio. Sino a juegos en los que yo tomo el control, yo mando y me pongo un poco ruda.
Con Lalo es así, pero todo se fue dando poco a poco. Hay clientes que saben lo que quieren y lo dicen desde el principio: “átame”, “pégame”, “pellízcame”. Con él no. Su “gusto” lo fui descubriendo paulatinamente.
Al principio teníamos sexo como con la mayoría de mis clientes, con la diferencia de que a él le gustaba demasiado hacerme sexo oral, lo hacía muy rico y pasaba allá abajo más tiempo que la mayoría de mis clientes.
No recuerdo después de cuántas citas se animó a pedirme que me sentara en su cara. Al principio, ponía mis rodillas a los lados de sus orejas y él levantaba un poco la cabeza para lamerme, mientras yo le hacía un sesenta y nueve, pero pasadas algunas citas más me di cuenta que a él no le importaba si yo se la mamaba, simplemente tenerme en su cara, con las piernas abiertas y mi sexo expuesto a su lengua.
—¡Siéntate!— Me rogó después de algunos encuentros más. Ya no quería mi sexo a distancia. Quería que le aplastara la cara. Me acerqué más sin recargarme por completo, pero él me jaló poniendo por completo mi cuerpo en su cara. Quise levantarme, temerosa de que dejar caer todo mi peso sobre su cara podría hacerle daño o dificultarle la respiración, pero cuando trataba de levantarme, él me lo impedía jalándome con fuerza con sus brazos. Su lengua, por otro lado, estaba haciendo tan buen trabajo que me dejé.
Debo reconocer que, desde la primera vez que me hizo sexo oral lo disfruté, sabe cómo hacerme gozar, pero en esa ocasión la excitación de ambos era tanta, que mi orgasmo fue espectacular.
Desde entonces, cada que nos vemos yo no tengo que hacer casi nada, después de unos besos y un faje rápido, me pide que me siente en su cara y me dedico a recibir placer. ¿Puede haber un cliente mejor?