Querido diario: Tengo que confesar que pertenezco a ese grupo de mujeres a las que le enloquece un hombre con un buen traje. Claro está que también me encantan esos que usan uniforme, sin importarme qué tan cliché sea. Pero tuve la suerte de atender a Javier, un cliente estupendo. Es atractivo, me hace reír y tiene un gusto impecable. Insisto: Me gusta tener a un hombre trajeado en la cama, y cabe acotar que la formalidad le sienta de perlas. Tanto así, que poco me esforcé por desvestirlo.
Él se quedó de pie, apoyado contra el tocador con más de una prenda de ropa encima. Su erección se asomaba imponente por entre la rendija de su cremallera abierta, y yo, de rodillas delante de él, me encargaba de chuparla como un caramelo. Javier la sostenía por la base, ahí donde acababa el preservativo y se plantaba la tela de su pantalón, para ofrecérmela a mí, mientras que con la otra mano me apartaba el pelo de la cara.
Todo un caballero. Este gentilhombre respiraba agitado, y gruñía cuando mi garganta lograba alojar su miembro hasta más allá de la mitad. Apretado entre la tibieza de mis mejillas, crecía y se hinchaba de una manera impresionante. Eso nos prendía a los dos, ni qué decir. A mí me palpitaba el clítoris alocadamente, y el interior ya lo tenía calientito de flujo. Me di una pausa para sonreírle con la lengua afuera y él me dio golpecitos ahí sobre la carne rosada, y por esa muestra de cuán pesado y fuerte era su pene, le regalé otro chupón en el glande.
Me puse de pie, desnuda, luego le di la espalda, coloqué los codos sobre la superficie de madera y le ofrecí las caderas. Me asomé por arriba de mi hombro mientras él jadeaba, con una sonrisa en la cara, paseándose la punta ardiente de su erección por todo el umbral de mi entrepierna expuesta. —Qué rica estás—, me dijo, y yo me mojé los labios y le respondí:
—Pues cógeme…
Lo sentí agarrarse a una de mis nalgas con una mano, y con la otra debió sujetarse la erección para dirigirla a mi vulva apretadita. Yo me agarré con las uñas a la madera, jadeando primero y gimiendo luego cuando este hombre me entró entero. Qué rico estaba él, la verdad. Una sensación divina de llenura me invadió y de paso me anuló las piernas, y encima empeoró cuando empezó a embestir contra mí.
La habitación se llenó de mis gemidos, que fueron creciendo a medida que él me daba más rápido y más duro. Qué rico es estar desnuda, cogiendo con alguien vestido. Lo dicho: Soy de esas mujeres que disfrutan los hombres de traje.
Hasta el jueves, Lulú Petite