Deshojarán los sueños

manual para canallas
Al día 04/04/2019 09:28 Roberto G. Castañeda Actualizada 09:28
 

Como casi todo el mundo, yo crecí rodeado de miedos e inseguridades. Así que eran inevitables dos cosas: Uno, que me quedara con un montón de manías. Y dos, que mi futuro resultara tan emocionante como una tarde en la sala de espera del dentista. 

Lo primero que me viene a la mente es que yo era lombriciento y me encantaba el pan de dulce. Así que cuando mi jefa me mandaba a la panadería me daba por morder el pan que me gustaba y dejar en claro que “ya estaba apartado”. Obviamente, mis hermanos se ponían al brinco y protestaban porque “eso no se vale”. Al final, cada que a uno de ellos le tocaba ir por al pan me copiaba mi táctica. 

Al principio mi jefa se enojaba, pero tuvo que resignarse porque así evitamos muchas peleas en la merienda, aunque nos ganamos una maldita manía que no sé si mis hermanos aún conserven. La próxima vez que los vea, les preguntaré si ellos o sus hijos aún compiten por apartar el pan que más les gusta. Porque es una de esas manías que parecen hereditarias. O a lo mejor estoy exagerando.

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Otra de mis obsesiones era bañarme antes de salir de casa, aunque sólo fuera a comprar las tortillas. Mi jefa se desesperaba porque me veía y se le ofrecía algo: “Qué bueno que ya te levantaste, para que vayas a comprar cilantro”. Pero yo le contestaba “nada más que me bañe. O si quieres despierto a Nadia”. Mi madre, que ya estaba tan limpia como su cocina, optaba por ir ella misma a la recaudería. Yo no sé de dónde agarré esa onda de salir bien peinadito, pero algo era cierto: Hasta la fecha me parece de mal gusto salir en pijama a tirar la basura. Ya ni hablamos de las personas que aún traen su “gallito” en la cabello mientras se echan unos tacos de barbacoa con El Toluco: Me los imagino rascándose la entrepierna o los sobacos en la madrugada, levantándose con chinguiñas para echarse un consomé con limón bien exprimido. Yo por eso me baño temprano, no vaya a ser que a mis ácaros les dé por practicar clavados en mi plato de birria.

Desde chaval el tiempo se me iba en manías o cábalas: levantarme de la cama con el pie derecho, dormir en el extremo izquierdo, morderme las uñas por los nervios, hacer acordeones si no estudiaba para los exámenes, caminar por la sombrita, coleccionar llaveros cuando ni siquiera tenía llaves de mi casa, rezar un padre nuestro por las noches, usar playeras de Caifanes, comer mango con chile Miguelito, nunca pasar bajo una escalera y arremangarme las camisas. Ah y también me duermo oyendo música. No todas las noches, pero sí con la frecuencia necesaria para ponerle saldo al alma y el cerebro.

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Y así fui creciendo, con ideas absurdas y temores propios de una religión que suele atolondrar. Yo me acuerdo que masturbarse era pecado, que te irías al infierno o que te iban a salir “pelos en las manos”. 

Si apenas teníamos para completar la renta, ya parece que iba yo a ir al psicólogo o a talleres de sexualidad para principiantes. Yo creo que por eso era torpe en mis escarceos con las mujeres, porque hay cosas que no te explica la poesía, ni la revista Playboy: A mí nadie me contó sobre el punto G o que se puede hacer magia con las caricias. Pero fui creciendo más a prisa que mis deseos. Y me fui convenciendo de que hay manías que pueden resultar fructíferas: como besar a una mujer de los pies a la cabeza. Y que todos los suspiros de ella conformen una sinfonía en tus oídos. Yo tengo esa obsesión por frotar una lámpara maravillosa, acariciarla con dedos de terciopelo, ensalivarla con la punta de la lengua, como si no tuviera brillo suficiente. Y de pronto logras algo así como un hechizo efímero. 

Yo no soy de esos que recitan frases comunes. Yo prefiero que mis manos hablen, que mis labios aticen el fuego, que entre sexos se inventen rimas y que sobre poesía en los orgasmos. Y con la lengua trazar círculos en tu vientre. Entonces sucederá: serás la obsesión de alguna mujer que ya tiene suficientes manías. 

Sólo entonces esa mujer deshojará sus sueños, intentando adivinar si en verdad la quieres o la olvidas en otros labios. Sólo entonces te pensará en sus húmedos insomnios. Ya lo ha descrito Dante Guerra: “Éramos tan extraños que no nos conocíamos./ Y hoy que te duchas bajo una lluvia de orgasmos,/ hoy que tus caricias me borran las dudas,/ siento que hace tanto ya te intuía./ Entre mis brazos eres marejada,/ un vaivén de todas las lujurias/ la tempestad de arrebatos/ en este trópico de humedades./ Que tu cuerpo, que tu risa,/ sean mi alimento diario y mi dosis de locura”.

 

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