Resiste esa migraña cotidiana, a la hora de checar, en la comida y tras la enésima vez que suena el teléfono de tu cubículo.
Resiste las fotografías en la memoria, las diapositivas de esos ojos que aún te desvelan.
Resiste el frío, el lado vacío de la cama, los ácaros invisibles que habitan en las almohadas.
Sí, es urgente resistir al invierno y luego a la primavera zero y también al otoño sin fechas memorables en el calendario.
Así que resiste con el alma, con uñas y dientes, mientras el tren del olvido se va acercando.
Resiste el dolor de cabeza, el corazón cuarteado. Resiste, resiste, con un carajo.
Aguanta las ganas de ir a buscarl@, aunque tu buen amigo Johnnie Walker o Don Julio te aconsejen que es una magnífica idea.
Resiste las canciones que te musitan ‘no has sabido olvidar’, los estribillos que taladran la razón.
Aguanta el deseo que te humedece mientras piensas en las manos que te desnudaban los desvelos.
Aguanta la fiebre que te recorre la espina dorsal cuando recuerdas la desnudez de sus senos de terciopelo o el Ecuador de su cintura.
Sí, resiste, resiste los embates de la nostalgia cuando bebes café en las mañanas.
Y aguanta las ansias de vomitar tanto odio que has acumulado con el paso de los meses, días, años.
Resiste ese rencor que te pudre las entrañas porque no supiste maldecir en su momento. En serio, aguántate los reclamos que no lograste soltar a la hora de decir 'adiós'.
Y también resiste los ataques de ansiedad. no te muerdas las uñas, al final de la quincena.
En verdad, aguanta los nervios cuando te sientas a la deriva y no completes para la renta o la colegiatura.
Aguanta la bilis, el sabor amargo en la boca, ese coraje por tanta y maldita injusticia en este país desértico.
Resiste aunque te sientas extraviad@, aunque el corazón se petrifique y no veas el letrero de la salida de emergencia.
Aguanta el frío, el infierno, el dolor, el desamor quemante, los nervios y las ansias. Resiste o pide ayuda, porque aquí adentro se está muy solo.
Ya lo dice Andrés Calamaro: “Se prende fuego mi pelo,/ mi piano, mis discos, la ropa y el perro./ Puede ser que otra vez no sea cierto,/ pero siento cómo el fuego/ me quema por dentro./ Traéme un balde de agua o de arena/ o pasáme el matafuegos./ El incendio está cerca/ y no voy a quemarme/ sin antes pelear”.
Sí, aguanta, resiste de pie o en cuclillas, mas nunca de rodillas. Pero tampoco te quedes mucho tiempo inmóvil o te comerán los gusanos y los ojos se llenarán de telarañas.
Así que no te guardes, no te calles, no te escondas en momentos complicados. No huyas con tu sombra a la espalda mientras tu barrio se quema como las ruinas en la batalla.
No te quedes en silencio mientras alguien pide ayuda en la oscuridad del callejón o en el transporte público.
No permanezcas inmóvil cuando haya que ser solidario.
No te calles cuando sea necesario salir a las calles a vociferar consignas contra los corruptos y los criminales.
No te quiebres, no claudiques, aunque el dolor te inunde el alma como el moho en temporada de lluvias.
No te mueras de nada. Al contrario: muere por ella, por él, por todo lo que amas, aunque a veces duela.
No llores más de lo necesario. Que tus lágrimas sean bálsamo y no tormenta. Que tu llanto drene el sufrimiento.
No grites en vano. Grita mientras te quemas de deseo, de ganas, de placer, de dolor inclusive.
No te agaches si te quieren hacer sentir que no vales la pena. No, no claudiques ni te arrodilles. No dudes de tu fortaleza interna. No dudes de tu capacidad de respuesta, de tu corazón gallo, de tu alma fiera. Y no dudes de la palabra precisa de Dante Guerra: "No dejes de bailar nunca,/ incluso en medio de la tormenta./ Toma mi mano y llévame afuera,/ que aquí dentro se está muy solo./ No dejes de mover los pies,/ que el frío cala en los huesos./ Déjame seguirte el ritmo,/ que aquí adentro le echo de menos/ cuando el calor del infierno/ empieza a quemar los recuerdos".