Los celos te carcomerán las pestañas

Al día 20/12/2018 09:00 Roberto G. Castañeda Actualizada 09:00
 

Bebes aquel café instantáneo que se mezcla con la bilis de saberte humillada. Lo bebes con cuidado, con temor de quemarte la boca. Como si no te escaldaran aún aquellos besos divididos, esos labios que pronunciaban otro nombre que no era el tuyo. Te sientes hundida, como si flotaras en un hueco oscuro y mudo. Y no es para menos. Cuando te engañan lo presientes, temes que sea cierto, te truenas los dedos y se te eriza el alma. Pero cuando lo descubres, cuando él ya no puede negarlo, entonces el corazón se te vuelve una brasa que alimenta los insomnios. Por eso llevas días encerrada, sin ir a la escuela o al trabajo. Y te quedas en ropa interior, bañándote un día sí y tres no.
Tu cabello es un asco, tan reseco como ese rencor que te hace arrancarte los pellejitos de las uñas. Eso te pasa por volver a confiar en el corazón, te dices mentalmente. La misma herida, en el mismo sitio, hecha por un pendejo más: distinto, menos atractivo, pero igual de culero. Te dejó por su "mejor amiga",  de la que "no tienes por qué preocuparte, no seas tonta". La historia de tu vida. Esa misma historia que detalla Dante Guerra: "Esa daga con el filo oxidado/ dolió más en la espalda/ que tus promesas de quedarte/ hasta el próximo invierno que nevara./ Tus besos más empalagosos,/ me los diste aquella noche/ que le jurabas a otra persona/ que tus labios sabían a miel./ Pero hoy reniego de ti,/ te convierto en cenizas,/ mientras fumo este cigarrillo/ que dejará una huella oscura/ en el mismo colchón/ que alguna vez incendiaste".
Una lágrima agria resbalará hasta la comisura de tus labios algunas madrugadas más, pero una mañana despertarás con ganas de que suene tu canción favorita. Y volverás a reír con las tonterías de tus amigas. Y adoptarás un gato o perro al que le podrás leer los poemas de Alejandra Pizarnik. Un buen día sonreirás frente al espejo del elevador y te sentirás guapa. Un sábado cualquiera saldrás a beber con los compañeros de oficina y te sonrojarás cuando el chico nuevo te mande un recadito en una servilleta. Un miércoles común y corriente la luna te sonreirá desde su cuarto menguante. Y postearás cursilerías en Facebook, como antes.

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Bebes de aquella cerveza fría que te sabe al pinche coraje de saberte tan estúpido. Tu hermana te recomendó que ya no bebieras: "No seas tonto, te vas a poner mal". Cuando en realidad te estaba diciendo: "Wey, no la cagues, te vas a poner muy pendejo". Ella misma te lo había advertido meses antes: "Pues sí, muy guapa y todo, pero esa Melanie es una persona muy fea". Pero es tu amiga, intentaste replicar. "Ella no es amiga de nadie, sólo es parte del grupo". Lo que en realidad intentó fue prevenirte de que "esa culera te va a hacer sufrir, acuérdate de mi cuando estés hecho mierda". Pero te valió una chingada.
Así que invitaste a salir a Melanie. Aceptó con la condición de que fueras por ella y la llevaras de regreso a su casa. Claro, por supuesto, por quién me tomas, es lo menos que debemos hacer los caballeros. "Hablas como mi papá, no mames", se río por el WhatsApp. O lo que es lo mismo: "Ya cállate, alv". Pero nunca viste las señales. "Oye, no creas que estamos siendo algo. Yo acabó de terminar con mi novio y no sé si todavía lo quiero". Pero te clavaste como estúpido, aunque te cancelara las citas de último momento: "Es que se enfermó mi hámster". Quién chingados tiene un hámster de mascota.
Fue tu carnala la que te confirmó lo que sospechabas: "Creo que Melanie ya regresó con su wey". Lo que tú entendiste fue: "Quién chingados regresaría con un pendejo que parece reggaetonero, el hijo de la rechingada". Pero sí, exactamente así fue. "Tú no eres nadie para reclamarme. No somos nada" y te bloqueó. Y no, tú no adoptarás una mascota para que le platiques tus penas. Ni leerás poesía. Los celos te carcomerán las pestañas en las madrugadas, lentamente, como esas ratas que hacen su nido en los recuerdos, con papel periódico.
Te robará el sueño imaginarla desnuda, en un hotel barato. Tampoco le harás caso a Dante Guerra: “No soy esa clase de tonto/ que stalkea tu Facebook./ No soy esa clase de locos/ que desayuna tu recuerdo,/ acompañado de una cerveza./ No soy, no seré, el estúpido/ que te llamará en las madrugadas/ aconsejado por mi amigo Jack Daniels". No, le harás caso porque Dante Guerra será muy sabio pero tú eres muy necio. Por eso lamentas que ella te bloqueara del Whats. Con un carajo, sólo a ti te pasan esas cosas. No, no es verdad: los imbéciles que empeñan el corazón somos un ejército.

 

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